MIS HIJOS, A TODOS LOS HIJOS
Las vacaciones de la temporada llegan a su fin, mi pequeño hogar comienza a quedar en silencio nuevamente; los ruidos y sobresaltos que lo invadieron durante algunas semanas ceden su lugar a los habituales sonidos de la rutina. Todo en derredor recupera su orden; cada lienzo vuelve a asumir sus pliegues y dobleces de siempre, y yo voy quedando como esos gastados elementos, en una tranquilidad que en ratos duele, pero finalmente, más allá de cualquier otra sensación, gratifica.
Dudo que haya para un padre mayor satisfacción que ver a sus hijos tomar el camino de su propia realización; en un solo parpadeo transcurren más de tres lustros, y nuestra mano pasa de tomar la de nuestros pequeños para auxiliarlos en sus primeros pasos, a agitarse hoy en un adiós frente a jóvenes adultos a quienes su porvenir reclama. Los niños de ayer se esconden traviesos en algún resquicio de la imaginación de los padres, en tanto los adultos de hoy parten a seguir labrando el destino que han elegido para su propia existencia.
Cuando nacieron mis hijos nunca imaginé que las cosas cambiaran de tal manera, que a la vuelta del tiempo resultara un reto abrirse un camino propio por la vía recta; en aquellos años cuando aún mecía sus cunas, no podría haber supuesto para ellos un panorama social y económico complicado como el que hoy les toca comenzar a explorar. Por un rato quisiera atraerlos a mi lado como hacía cuando eran pequeños logrando así ponerlos a salvo de peligro; sin embargo ellos son dueños de su tiempo y su circunstancia, y ahora me corresponde dejarles libre el camino, replegarme a la vera del mismo, y llenar su mochila de buenos deseos.
A mis hijos, a todos los hijos: Hagan volar sus sueños como elevada cometa, que no haya obstáculo alguno que entorpezca el planeo, ni viento contrario que frene su vuelo. Antes de elevarla, conozcan centímetro a centímetro la prenda que tienen entre sus manos y que han de lanzar con toda fe al viento que es la vida; calculen su resistencia y puntos vulnerables, e identifiquen las posibilidades que tiene esa pieza preciosa que es su destino; no sea que, imprudentes, la lancen cuando el viento es muy fuerte y ésta se rompa en pedazos al primer intento. Pero sobre todo, más allá de conocerla, ámenla lo suficiente para estar dispuestos a cualquier cosa por ella. La vida es una sola y no vuelve, cada día es la oportunidad que el cielo nos da para construir la casa que habrá de albergar el ser inmaterial para siempre.
Cuando la cometa haya alcanzado suficiente altura con el viento a favor, aférrense a ella con todas sus fuerzas; para entonces habrá conquistado los vientos y sabrá abrirse paso entre los blancos manchones. Así, prendidos a su vuelo conseguirán cruzar el pantano sin quedar atascados en ninguna de sus trampas; las finas arenas que alberga en su seno la marisma en ratos parecen de oro, y confunden al viajero desprevenido que no acierta a detectarlas con oportunidad.
A mis hijos, a todos los hijos: Recuerden que son dueños absolutos de su propio tiempo, ése es su derecho, sin embargo todo derecho trae aparejada una responsabilidad; entenderlo de otro modo genera conflicto, desde el momento en que vulnera lo que no es propio. Frente a la vida tienen la responsabilidad de trabajar cada día por ser mejores personas, en lo que piensan, en lo que son, en lo que sienten, y finalmente en sus obras de cada día. No se abandonen a la molicie esperando la gran oportunidad para comenzar a ser y demostrar al mundo de qué son capaces; utilicen la plataforma del pequeño momento de cada día para probarse a ustedes mismos qué hay en su corazón.
A mis hijos, a todos los hijos: Los padres somos humanos, en ratos nos doblamos, tenemos nuestras fallas, pero nunca olviden que en el fondo estamos muy orgullosos de ustedes y les amamos. Que más allá de cualquier inconsistencia, es nuestro mayor anhelo verlos salir adelante en el logro de todos sus proyectos, y que en este pequeño hogar que hoy empieza a quedar en el silencio, donde todo recupera su sitio y cada lienzo vuelve a asumir sus pliegues y dobleces habituales, siempre habrá oídos para escucharlos, brazos para abrazarlos y palabras para alentar su marcha. Partan con la seguridad de que en los ojos de un padre en todo momento existe un brillo de satisfacción por el hijo, y en los labios de una madre hay siempre una oración.
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