Esta semana la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió con nueve votos a favor y dos en contra, la controversia sobre si los matrimonios homosexuales realizados en el Distrito Federal tendrían la facultad en su momento de adoptar niños. Esto quiere decir que en dado caso, parejas del mismo sexo podrán ser padres legales de niños en la capital del país.
Hace unos días, la propia Corte había resuelto que en todo el resto de la república, los estados tenían que reconocer los derechos de los matrimonios de este tipo realizados en la capital del país, y sólo había quedado para la última instancia resolver si serían legalmente aptos para la adopción de menores.
Como ya se expresó y se sabe, por amplia mayoría el tribunal supremo de México avaló la capacidad de que parejas gay y lesbianas puedan hacerse de bebés o niños para ser criados como una familia.
Esto ha desatado el debate agrio entre las dos alas de la sociedad mexicana. Por un lado los conservadores, y particularmente la Iglesia Católica, y por el otro, el dizque liberal grupo progresista, particularmente del PRD y por supuesto, los miembros de las minorías de preferencias sexuales distintas.
Esta discusión, si se mira un poco la historia, vuelve a ser repetitiva. El principal problema es el encono con el que se defienden las posiciones tanto de los conservadores como en los progresistas, que impide que el debate tenga más altura.
México vivió un pasaje desgarrador cuando las pasiones políticas entre los mismos grupos que hoy pelean se desbordaron y llevaron a la Guerra Civil de la Reforma en los mediados del siglo XIX.
La discusión de aquel entonces versaba en el tipo de país que se necesitaba, el laico y semiliberal que ahora tenemos o un modelo mucho más conservador y apegado a los usos y costumbres de aquel entonces, donde destacaba la posición de la Iglesia (que hoy es parte de la reyerta verbal con el PRD capitalino y el jefe de Gobierno actual, perteneciente al mismo instituto político).
El mismo Juárez encabezaba a los liberales que terminaron imponiéndose. Algunos historiadores señalan que el triunfo de Juárez fue en mayor medida por conveniencia de los Estados Unidos, que por convicción de una mayoría mexicana. Aquella época fue de guerra abierta entre los dos bandos, el conservador que había traído a un monarca extranjero, Maximiliano de Habsburgo, y luchaba por una monarquía constitucional, y el de los liberales que pregonaban la república. La victoria fue auspiciada en parte por los gringos, ya que no les agradaba nada que un europeo gobernara bajo su frontera sur, y máxime cuando éste tenía la protección de la poderosa Francia. Circunstancias pues, de entonces.
Esto viene a cuento porque en los actores de esta discusión de permitir primero las bodas y las adopciones por parejas sodomitas y/o lesbianas, vuelve a aparecer la jerarquía católica, que en esta ocasión, como en otras, ha defendido su postura con una torpeza que genera mucha extrañeza.
El cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez con flacos argumentos y limitado léxico condenó la resolución de la Corte, incluso, sugirió acto de corrupción entre los ministros y Marcelo Ebrard, lo que lo ha hecho ser posiblemente, denunciado por difamador.
Ebrard, con mucho más capacidad para la contienda verbal, logró revirar al príncipe de la Iglesia para dejarlo sin respuesta. Principalmente le recordó que México es un Estado laico, y eso nunca se debe de olvidar.
El tema de fondo parece ser que en el Distrito Federal está resuelto. Los capitalinos permiten que matrimonios formados por maricones (hombres afeminados o que practican la sodomía, según la Real Academia de la Lengua Española) o de mujeres que prefieren relacionarse sexualmente entre sí, puedan tener el derecho de adoptar.
El argumento de que la naturaleza humana en parte es monogámica porque el cuidado de las crías requiere preferentemente de la participación del varón y la mujer conjuntamente por años, es poca cosa para los minoritarios homosexuales. Y que naturalmente se requiere macho y hembra para concebir, tampoco bastó. El rollito de que se discrimina a estos seres humanos negándoseles derechos de que gozan las parejas heterosexuales, fue suficiente para que los miembros de la Suprema Corte les dieran esa capacidad contra natura que al final terminó imponiéndose. Al tiempo.
Lástima de esas leyes para el Distrito Federal, por fortuna en los estados federados la ola de la modernidad en ese tema no los ha llevado a hacer leyes donde los niños adoptados puedan caer en casas donde haya dos mamás o dos papás. Cosa incomprensible.