C On motivo del Día Internacional de la Mujer, el jefe de Gobierno de esta capital nos obsequió luz, mucha luz. Desde el octavo día hasta el fin de marzo, los monumentos más significativos de esta capital permanecerán iluminados para festejarnos. La idea es buena en cuanto a que la luz simboliza la vida ¿acaso no damos a luz? Agradezco la parte de iluminación que a mí me corresponde, aunque para ser sincera me hubiera gustado que Ebrard nos aliviara un poco el peso de la vida, procurando transporte escolar, parques, y calles seguras donde puedan jugar nuestros niños. ¿Y qué tal si en lugar de encender luces, el Señor Ebrard nos homenajeara con la creación de guarderías a cargo de personal calificado y responsable que ayudarían tanto a las mujeres que además del trabajo doméstico, deben realizar también trabajos fuera de casa para contribuir al sustento familiar?
Pensar en la mujer es pensar en los niños, en una educación pública de calidad, que provea también desayunos, útiles escolares, educación deportiva y musical, maestros calificados y comprometidos a trabajar sin interrupciones huelgas ni mitotes, y revisión de tareas. Liberadas de revisar las tareas escolares, las mujeres que trabajan fuera de casa podrían disfrutar del poco tiempo que disponen para estar con sus hijos. Niños felices igual a mujeres felices.
Se agradece la iluminación, las playas artificiales que se instalan en verano y las pistas de hielo; pero no dejo de preguntarme ¿por qué la lógica masculina será tan enrevesada? Ante las urgentísimas necesidades que tenemos, obsequiarnos encendido de luces es casi una burla.
Y ahora para darle un tono más celebratorio a esta nota, quiero comentar aquí una especie de muestrario de mujeres que me envió mi amigo epistolar Jaime Díaz de León. Como siempre sucede, abren el desfile exquisitas modelos talla cero, piel de seda y melenas leoninas como mandan los cánones. Para calmar el ardor de mi envidia, pienso que toda esa belleza también pasará.
A las bellas siguen las buenotas como la Madre Teresa de Calcuta, seguidas de las deportistas, astronautas, escritoras; y en riguroso traje sastre de pantalón -imagino que para que nadie se distraiga mirándoles las piernas- aparecen políticas de altos vuelos como Ángela Merkel. Protagónicas y fotogénicas, las socialités, que no sé ni por qué siempre me recuerdan la vida inútil de Pito Pérez.
En atuendos estrafalarios y música estrepitosa, desfilan Talía, y algunos otros clones de Madona (mucho ruido y pocas nueces). En el desfile se cuela como por equivocación, la foto de alguna indígena triste, muy triste porque ni la independencia ni la revolución le hicieron justicia.
Para el gran final aparecen las prostitutas, mujeres que por vocación o incapacidad para ganarse la vida de otro modo, se la ganan de la única forma que saben y con la única herramienta con que cuentan.
Y cuando parece que el desfile ha terminado, aparece la maistra Gordillo para que nadie olvide que además de la belleza, la bondad y la verdad, la maldad y la mentira también florecen entre nosotras.
Habemos de todo, pero hoy, quiero expresar mi respeto a las nuevas mujeres: bravas, competitivas, que estudian y se preparan para ser autosuficientes porque ya aprendieron que en el dinero se encuentra el origen del dominio masculino.
Lástima que esas joyas se están quedando sin pareja porque muchos hombres no son todavía capaces de hacer a un lado sus prejuicios y no soportan que los corrijamos. ¡Por Dios que lo necesitan! Basta con ver lo que han hecho con el mundo.
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