Hoy como pocas veces en la historia se vive una relación muy complicada y colmada de altibajos entre México y Estados Unidos.
Por un lado el intercambio comercial y económico se disparó desde la entrada del TLC; el turismo norteamericano se convirtió en el bastión de la industria sin chimeneas; las remesas de nuestros paisanos superan los 20 mil millones de dólares al año y sin olvidar a tantos inversionistas y empresas yanquis que han hecho de México un importante centro de operación.
En contraste se comparte una frontera violenta e insegura con un flujo de drogas e inmigrantes incontrolable de sur a norte, mientras que en sentido inverso proliferan el ingreso de armas, de dinero sucio y el contrabando de todo tipo de productos.
A nivel político las diferencias son todavía más grandes: los presidentes Obama y Calderón se reunieron el miércoles en Washington en un ambiente de camaradería al tiempo que en Estados Unidos se registra una de las peores oleadas contra los indocumentados a raíz de la aprobación de la Ley SB 1070 en Arizona que se sumó a otras acciones emprendidas por gobiernos y particulares para intentar frenar a la inmigración.
Lamentablemente y por más cumbres presidenciales que se lleven a cabo, será prácticamente imposible lograr cambios profundos en este clima interno de animadversión.
Además ambos mandatarios no cuentan con un perfil adecuado. Calderón no es un estadista ni un visionario, es un político demasiado pragmático como para mover todas las piezas que se requieren en México y Estados Unidos para motivar el cambio.
Obama aparenta ser más visionario y cuenta con un innegable liderazgo, pero no conoce México y está demasiado ocupado en los asuntos internos de su país y en las guerras de Irak y Afganistán como para invertir su capital político en una reforma migratoria de la que todo mundo habla, pero en la que nadie quiere comprometerse.
Calderón fue bien recibido por la clase política en Washington, sin embargo cometió el error de criticar en su discurso oficial a la Ley estatal SB 1070 sin reconocer la parte que le corresponde a México en el problema migratorio.
Ahora nos preguntamos, ¿en dónde estaban los cónsules mexicanos de Arizona -en plural porque son por lo menos cuatro- y dónde el embajador de México a la hora que esta infame Ley fue propuesta, discutida y aprobada por la legislatura de Arizona?
Obviamente la iniciativa no se cocinó de un día para otro, en Arizona se han tomado muchas acciones contra inmigrantes desde hace años, incluyendo la autorización para que el sheriff Joe Arpaio emprenda redadas contra migrantes como si fuera la Patrulla Fronteriza.
¿No le avisaron a Calderón del hostigamiento contra mexicanos en Arizona desde que nació el grupo fascista Minuteman? ¿Tampoco sabrá el Señor Presidente que desde finales de los noventas las fronteras de Sonora son el trampolín para lanzar a miles de mexicanos sin documentos a la fuerza laboral norteamericana sin protección ni seguridad alguna?
A estas alturas lo menos que puede hacer México es protestar ante el presidente Obama por esta Ley racista y arbitraria aunque son muy escasas las facultades de Washington al respecto. Más efectivo sería acudir a Arizona a cabildear un cambio en esta Ley y al mismo tiempo destinar un equipo de abogados que prepare la defensa de nuestros connacionales cuando la SB 1070 entre en vigor.
Es triste decirlo pero de este encuentro de mandatarios saldrán muy pocos resultados. Los tiempos han cambiado diametralmente en estos años, el poder político de los presidentes, tanto en México como en Estados Unidos, cambió radicalmente.
Será para bien o para mal pero la realidad es que las fuerzas del poder se han deslizado hacia los cuerpos legislativos en donde los senadores y diputados hacen y deshacen a su antojo, como lo hemos visto y vivido en repetidas ocasiones.
