No escogemos al padre ni a la patria en un surtido de padres y de patrias, simplemente nos toca uno y aprendemos a quererlo o a soportarlo aunque inevitablemente heredemos sus rasgos, sus modos y nos forman sus circunstancias. Como estamos iniciando las celebraciones por el bicentenario, yo sigo dale que dale con aquello de la identidad, y las versiones que me envían los amables lectores son tan variadas que no consigo hacerme con una definición que me deje satisfecha.
El chile, la comida picante; me dice un lector y me parece que sí, que también: "a los mexicanos, gente tan brava y recia, se les identifica por la comida. Ellos no pueden ser diferentes a sus enchiladas, a sus tacos de chile habanero, a su mole poblano, a sus tamales de cerdo endiablados ¿pueden ser acaso tan tranquilos como un austriaco amante de la contemplación de las últimas estribaciones de los Alpes y que consume leche, quesos y carne insípida o condimentada con hongos de toda clase?" pregunta un personaje de Francisco Martín Moreno en su novela "Arrebatos Carnales" (Edit. Planeta).
Somos una cultura de maíz, de chile, de maguey porque esos son los alimentos que nos provee nuestra tierra y que junto al clima, la forma en que el sol nos toca y desde luego nuestras particulares circunstancias, son también definitorios de nuestra identidad.
Pero debe haber algo más, estoy segura. Rituales que nos hermanen como por ejemplo la devoción por la Guadalupana o la cultura de la transa en la que por 71 años nos educamos varias generaciones y de donde nos viene supongo yo, una cierta incapacidad para convivir en la legalidad y el respeto. La familia como valor primordial, aunque La Familia sea de narcos. Las cabecitas blancas, las jefecitas santas que adoramos el diez de mayo y las mentamos el resto del año.
El gusto por el mitote y por los charros cantores (siempre he dicho que mi canción favorita es "Amorcito Corazón" cantada por Pedro Infante) aunque los muy... amenacen con nalguear a sus mujeres con la penca de un nopal.
Hace unos días cayó del segundo piso del periférico un recolector de basura. Existe una prohibición terminante para que ese tipo de vehículos circule por ahí, por lo que nadie sabe qué andaba haciendo a veinte metros de altura y a puro valor mexicano el conductor. ¿Será eso nuestra identidad? Encaminados al bicentenario como nación, se impone la pregunta: ¿por qué somos como somos?
Esta mañana me enteré de que movido por la misma preocupación, nuestro flamante secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, pondrá en marcha el programa de televisión "Discutamos México". "Para fomentar el orgullo de ser mexicano porque ya es hora de valorarnos" -dijo- ¿De dónde sacará el Señor Lujambio que no nos valoramos? ¿Acaso no estamos seguros de que "Como México no hay dos"? Lástima, seguimos refugiándonos en torcidos consuelos nacionalistas mientras impotentes, explotados, insatisfechos, siempre quejosos nos preguntamos todos los días por qué los policías no persiguen a los criminales, los jueces no aplican la ley, los acreedores no pagan, los contribuyentes no contribuyen, los conductores no se detienen ante la luz roja de los semáforos y nuestros diputados son depredadores?
"¿Es necesario que haya mexicanos? ¿Qué perdería el mundo sin nuestra especificidad regional?, pregunta el escritor Juan Villoro. Los policías, la maistra, el gober asqueroso y el chofer del camión de la basura son todos mexicanos y ninguno de ellos califica como extravagante, se trata de gente que piensa y actúa como muchos otros mexicanos. ¿Tendríamos entonces que aceptar que así es nuestra identidad? Es pregunta, por favor, sigan orientándome con sus mensajes.
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