Pasan los días, las semanas, los meses y seguimos sin novedades hacia la derecha del cero; es decir, sin nada positivo que aclare el panorama y que nos haga pensar que las cosas van a mejorar. Al contrario, parece que el marco de la desilusión se ensancha y a ello contribuye la Naturaleza misma, desatada, cobrándonos la factura por la irresponsabilidad y el desorden acumulados a través de los años en cuanto al deterioro ambiental, el exceso de contaminantes, el desperdicio de recursos naturales y su escasa renovación, la producción interminable de basura de todo tipo, que hoy vuelve a nosotros en forma de aire irrespirable, cambio climático con efectos letales, terremotos y tsunamis, mutación y pérdida de especies, empobrecimiento global.
Desde el punto de vista humano y social, el panorama está peor, porque, al menos en México y particularmente en Torreón, podemos constatarlo con más facilidad y en forma inmediata. Tanto en los medios noticiosos como en las conversaciones personales, en las jornadas de trabajo público y privado, los crímenes de cada día ocupan hoy el espacio que debiera destinarse a la promoción de eventos culturales, al anuncio de apertura de empresas, al empleo destacado de profesionistas, la invención de productos benéficos para la salud, el crecimiento económico, el aumento de calidad de vida de la gente, el desarrollo de programas de seguridad, de asistencia social, de educación superior, la generación de empleos y la consolidación y mejora de los que ya existen, la exitosa aplicación del conocimiento, triunfos deportivos, premios a la creatividad...
Pero no, son tantos los problemas que conforman nuestro diario vivir, que apenas nos queda tiempo para identificarlos y, lejos de ponerles solución, nos afanamos por encontrar a los culpables sin que parezca importar ni el castigo, ni la prevención, ni mucho menos la organización de actividades nuevas que suplan lo que ya no sirve.
La semana nos da ejemplos de sobra: la investigación sobre la guardería ABC de Hermosillo, exhibe responsabilidades y las multiplica de manera exponencial, al contabilizar las guarderías del IMSS, subrogadas o cedidas para su operación a particulares, que no cumplen las condiciones de seguridad requeridas. Ante esta tragedia, consecuencia -como todos nuestros males- de leyes previsoras que no se obedecen, todo mundo se admira y pone el grito en el cielo tratando de tapar tardíamente el pozo que tragó a medio centenar de niños dejando huérfanas de amor a sus familias, mientras los verdaderos responsables siguen gozando de la impunidad que les da el sistema.
Igual pasa con las inundaciones, los desbordes de aguas negras, los accidentes, los contagios y hasta los pactos vs. alianzas partidistas no respetados. Identificar al culpable parece la única prioridad, el principio y el fin de la investigación. No hace falta exhibirlo, aprehenderlo ni hacerle pagar nada, ni resarcir a las víctimas, como tampoco regresar los multimillonarios montos de fraudes escandalosos, o renunciar a puestos públicos teóricamente honorables, cuando la deshonra de quienes los ocupan es evidente.
No será extraño que al presentarse ahora un caso similar en el ámbito religioso y espiritual, las cosas se mantengan en el mismo tenor. Si las denuncias contra el padre Marcial Maciel por todo un cúmulo de transgresiones a las leyes naturales y divinas, a las civiles y a las de su propia congregación son ciertas (yo no puedo asegurarlo y me hace dudar la exigencia económica de sus presuntos hijos a cambio de silencio), y si los actos que se deriven de éstas resultan similares a los que observamos en el ámbito ciudadano, entonces estamos fritos. Nuestra de por sí lastimada confianza en las bondades del ser humano y sus instituciones incluye ahora las que corresponden al terreno de la fe: una especie de tiro de gracia a la esperanza, al sentido de vida y a la buena voluntad de quienes nos sostenemos en el caos actual sólo por la fuerza de nuestras convicciones morales y religiosas.
No quiero decir que todos los que profesamos una fe y formamos parte de una ética religiosa establecida debamos coincidir con la Legión fundada por el mismo Maciel; sin embargo, los nexos de dicha congregación y de su líder con la cabeza nacional y mundial de la Iglesia Católica y la pretendida omisión que, según exlegionarios y prosecutores, ambas manifestaron ante las primeras denuncias, sí ponen en riesgo la estabilidad de muchos fieles, aunque no sean legionarios ni miembros del Regnum Christi.
Entiendo que la condición humana y sus debilidades inherentes pueda manifestarse en el vivir y el actuar de cualquier individuo, laico o consagrado.
Entiendo también que la tentación es irresistible y las acechanzas del demonio difíciles de evadir, pero volverlas consuetudinarias e involucrar en su práctica (o en su disimulo) a todo un conglomerado de personas responsables, pensantes e indudablemente poseedoras de un sentido ético, es otra cosa. Y si quienes rodeaban al padre Maciel y fueron advertidos de sus tropelías mataron la vaca o sólo le detuvieron la pata, no basta con expresar modestamente la vergüenza pública y la pena real que la ventilación del caso amerita.
Creo que, por la propia salud y supervivencia de la congregación y sus miembros, se requiere el reconocimiento de la responsabilidad compartida abierto y sin tapujos, ni para el pecador activo ni para el testigo pasivo. Sin importar cuántas personas se hayan involucrado en los crímenes del fundador, simulándolos, cubriéndolos o tolerándolos, ni cuántas más (seguramente la mayoría) fueran ignorantes de los mismos, me parece muy importante que la solidaridad de la Legión y su "semper altius" se muestren, reconociendo públicamente los pecados de su líder y la violación de todos los principios espirituales y formativos que sin duda son parte esencial de su propuesta religiosa. El reconocimiento de la culpa -propia o heredada- la "anagnórisis" griega que descubre la tragedia, es también el principio de la reconstrucción del universo destrozado por la culpa, de la recuperación del orden perdido y del renacimiento de la comunidad. En el caso Maciel, ya nadie puede imponer un castigo al culpable, pero hay que asumir la responsabilidad colectiva y procurar un resarcimiento de los daños. ¿Cómo pueden resarcirse la inocencia perdida, la confianza traicionada, la niñez y la juventud enfermas, una vocación frustrada? No lo sé, aunque me parece que no es con dinero.
Pero creo que siendo "la verdad en la caridad" principio rector de esta familia espiritual, hoy desgarrada por las acciones de su fundador, éste deberá cumplirse en el perdón, en el amor, en el cuidado y la protección de sus víctimas, la prevención de delitos similares y el castigo ejemplar e incondicional a quien pretenda repetirlos, así como en el respeto a la verdad íntegra y llana a la que todos tenemos derecho.
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