E N el 2000 la esperada alternancia extendió un velo sobre las malformaciones del sistema electoral. Cierto embrujo y un vano orgullo hicieron pensar que la democracia mexicana se había consolidado. Hubo fiesta. Las normas y las instituciones parecieron haber sido diseñadas para tal situación que en realidad fue el mejor escenario: ganaba el opositor, Fox, por un cómodo margen. Nunca sabremos qué hubiera ocurrido si Labastida hubiera ganado por un margen muy estrecho. ¿Hubiera la decisión del IFE sido aceptada sin más miramientos? Pero la tersura en la transición no sólo se debió a las normas e instituciones, los actores políticos estuvieron a la altura, el derrotado y sobre todo Ernesto Zedillo que actuó como estadista, ellos fueron una parte central de la alternancia. Hoy sabemos que actores así fueron excepción. Las mismas normas e instituciones con actores irresponsables pueden producir el caos.
En el 2003 desde la Presidencia, Fox decidió apoyar sin miramientos a su partido. La tentación de eliminar al PRI siempre estuvo presente y las elecciones intermedias eran una buena ocasión para asestarle otro golpe a ese partido. Quitarle el freno al cambio recibió un espaldarazo de millón y medio de spots que terminaron con un auténtico ultimátum del IFE, ultimátum que fue acatado poco tiempo antes de que terminara la campaña. El daño estaba hecho. Ese actor central boicoteaba el espíritu de equidad democrática. Fue el primer anuncio de que las cosas se podrían descomponer, que los amarres no eran tan fuertes como lo habíamos creído tres años antes. Llegó el tortuoso proceso de desafuero contra AMLO que polarizó a la sociedad mucho antes de las elecciones. Ya erigido en víctima y radicalizando su discurso el opositor cultivó un encono que encontró en el cerradísimo resultado electoral del 2006 el escenario ideal para impugnar a las instituciones. Un alto porcentaje de la población consideró que las elecciones habían sido fraudulentas. Los actos violentos de protesta quedaron como una imagen emblemática del fracaso de ese proceso electoral. Qué lejos se miraba la fiesta del 2000. De ahí venimos.
La contrarreforma electoral del 2007 nos mostró que los tres principales partidos políticos podían ponerse de acuerdo para mutilar a las instituciones, como ocurrió al remover a los consejeros electorales del IFE. El cinismo se había apoderado de esos actores. En su afán de revancha, la contrarreforma cercenó además libertadas individuales y puso al elector como nunca a merced de los medios. La llamada "spotización" ahogó al ciudadano. La expresión "partidocracia" se volvió imprescindible para explicar la realidad mexicana. En el 2009, con movimientos como el del voto nulo, se mostró un claro agotamiento de las reglas del juego y una brutal lejanía del elector y sus representantes. La descomposición se hizo evidente, la fiesta democrática del 2000 pertenecía a la prehistoria. La crisis del sistema electoral quedó desnuda frente a los ciudadanos. Así llegamos al 2010.
Independientemente de los resultados, las elecciones del 2010 son ya un fracaso. En el amasijo hay de todo. Candidatos asesinados, (me entero en este momento de lo ocurrido en Tamaulipas) otros amenazados de muerte; atentados en contra de instalaciones partidarias y electorales; subordinación grosera de ciertos institutos electorales estatales a los gobernadores con las consecuentes decisiones parciales e injustas; uso burdo de recursos públicos estatales; imputaciones de programas federales con sesgos políticos; un candidato a gobernador detenido durante la campaña por posibles ligas con el narcotráfico. Por si fuera poco vemos al presidente del PAN haciendo uso de grabaciones ilegales sin consecuencias jurídicas. También la muy loable desaparición de la tenencia usada por el presidente de la República para impactar en la elección. Un ambiente saturado de maledicencias y sospechas; irresponsables imputaciones de contubernios entre ciertos medios y los partidos, el desfile de desfiguros no tiene fin.
Habrá quien afirme desde la comodidad del escepticismo que todo esto es normal pero, ¿de verdad lo es? Varios aspectos resaltan. El primero es la violencia, asesinatos, amenazas, atentados y agresiones. El segundo es la presencia del narco en la vida política del país. Cuesta trabajo creer que el PRD no supiera de los antecedentes de su candidato en Quintana Roo. Se trata de un enemigo común que, sin embargo, no recibe ese trato. México está amenazado, no es metáfora. Tercero, el evidente desfase entre la calidad de la democracia federal con todas sus carencias y la verdadera mofa de algunos procesos estatales. Habría que pensar en la federalización, no hay margen. Cuarto, el desvanecimiento de los principios, el travestismo es ya generalizado. Quinto, la falta de ética de los actores sin la cual ninguna institución es viable. Última llamada antes del 2012. Que rápido pasamos de la fiesta a la tragedia democrática.