Fueron doce millones de inmigrantes los que desembarcaron en la Isla Ellis y tras largas esperas, trámites burocráticos y revisiones médicas, ingresaron a los Estados Unidos en busca del sueño americano.
La nave central de Ellis luce imponente, sus paredes se alzan a treinta metros de altura para unirse con la enorme bóveda que dio abrigo y esperanza a los forasteros, en su mayoría europeos, en los años 1892 a 1924.
Aunque frío y vetusto, el edificio conserva su aire señorial y los recuerdos de tantísimas experiencias buenas y desagradables, en un período que marcó un hito en la historia de la inmigración de Norteamérica.
Corría el fin del siglo XIX y Europa se debatía entre el hambre, la sequía, las guerras y la persecución contra minorías étnicas. El flujo de inmigrantes hacia América crecía sin control.
Lejos de construir muros y cerrar puertos, Estados Unidos erigió un magno centro para recibir inmigrantes en la Isla Ellis, apenas a unos metros de la Estatua de la Libertad y de la popular Manhattan de Nueva York.
Se calcula que cien millones de norteamericanos descienden de esos doce millones de inmigrantes que llegaron a este país con hambre, desesperación y con la ilusión de encontrar trabajo y una vida digna para sus familias.
Hasta 1924 la Isla Ellis coronó una brillante etapa de cuatro siglos de tradición de inmigración en Estados Unidos. Más de sesenta millones ingresaron del año 1600 hasta principios del siglo XX para formar una vasta nación multiétnica, sin paralelo en la historia de la humanidad.
En la Isla Ellis abundaron las quejas por la burocracia que demoraba hasta cinco días los trámites de los inmigrantes, también excesos en los requisitos para ingresar al país, fueron miles los deportados por no cumplir las exigencias, especialmente en materia de salud.
Y también hubo abusos, los peores fueron cuando médicos varones auscultaban sin mucha ética a las mujeres para saber si estaban embarazadas o si habían contraído alguna infección.
Se documentaron más de tres mil muertes, la mayoría por enfermedades infecciosas, y se atendieron a miles más en una clínica-hospital que se adaptó en el área. Nacieron además varios miles de bebés que no pudieron esperar más para ver la primera luz.
Pero ningún inmigrante murió por golpes ni por violencia por parte de los oficiales, tampoco se utilizaba el término "ilegal" para describir a los viajeros ni se enviaba a las cárceles a quienes no cumplían algún requisito. Simplemente se les deportaba en el mismo barco que habían arribado, en donde recibían comida y un trato digno.
La llegada de nuevos pobladores era noticia de primera plana, el New York Times publicó el 10 de abril de 1903 el arribo récord de 12,668 inmigrantes quienes viajaban en nueve barcos procedentes de Bremen, Rotterdam, Nápoles y Liverpool, entre otros puertos europeos.
La diversidad se reflejó en un hecho curioso: en 1917 existían 1,300 periódicos de diversas etnias en Estados Unidos, desde rusos, polacos y alemanes hasta italianos, españoles y mexicanos.
Después de la Primera Guerra Mundial la Isla Ellis se convirtió en un centro para detener y deportar a indocumentados al tiempo que Norteamérica restringía sus puertas a la inmigración.
Pero ha sido imposible contener una tradición de siglos. Por su tamaño, diversidad y su carácter multicultural, Estados Unidos atrae año tras año a miles y miles de inmigrantes. Doce millones ingresaron sin visas ni pasaportes por la Isla Ellis, el mismo número de inmigrantes que hoy aguarda con impaciencia la aprobación de una ley que reconozca su derecho a residir en el país que los acogió y al que han dedicado los mejores años de su vida.
La Isla Ellis es un loable ejemplo de lo que puede lograrse cuando existe generosidad y compasión hacia seres humanos que buscan una forma honesta de vivir y un mejor ambiente para sus familias.
Lástima que muchos no lo vean así y que ocurran casos terribles como la muerte de Anastasio Hernández en San Ysidro, entre otros hechos vergonzosos registrados en Norteamérica en los años recientes.
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