Cuando estamos tristes, o en algún apuro, nos vienen a la mente los recuerdos de la niñez.
A aquellos tiempos en los que asombrados y curiosos nos asomábamos a la vida.
Y todo lo veíamos con muchas interrogantes.
Cerca había dos hombres que fueron nuestros preferidos para ir aclarando cosas.
Uno era el papá de nuestro padre, el otro, el papá de nuestra madre.
Los dos se llamaban Antonio.
El primero era un hombre que podría aspirar a la santidad. Había sido Presidente Municipal dos veces y el otro era comerciante pero tenía un gran amor por la tierra cultivable, a grado tal que tenía una huerta muy grande donde todas las tardes se entretenía.
¿Por qué se muere la gente y deja tanto dolor entre los que lo quieren?
Le preguntamos al abuelito paterno. Se quedó pensando, ordenando los conceptos sencillos con que siempre nos respondía y nos dijo:
Aquí, sólo estamos un ratito. Nos mandan a hacer nuestra propia obra y si es buena queda grabada y por algún tiempo no la olvidan. Otros, pasan de noche, ni dejan huella ni nadie los extrañará. Así que haz cosas buenas, ama a tu prójimo como a ti mismo, no escondas las manos en los bolsillos sino que empléalas en trabajar, hacer cosas de provecho y dale con ellas una ayuda a quien la necesite.
Al abuelito materno le dijimos un día que por qué no iba a la iglesia, como lo hacía nuestro otro papá grande. Le gustó la pregunta y nos dijo: Mire hijo, en este mundo unos piensan diferente. Yo crecí en el trabajo y lo amo, me gusta el campo y ahí me encuentro a mí mismo. Otros, como su otro abuelito viven pensando en Dios y sus bondades, rezan el rosario todos los días y a la mejor están bien, pero yo creo que al Señor también le gustan los trabajadores como yo, los que no van tanto a la iglesia pero tienen amor y respeto por los demás.
Parecían ambos dos polos opuestos, pero de ellos tomamos muchas cosas para nuestra propia vida. De abuelito paterno nos gustó la fe con la que hacía las cosas, la música que tanto le gustaba, y el calor de la casa.
Del otro, su amor por el campo y sus frutos, quizá donde a su manera encontraba también la cercanía con el Señor.
Hoy, tenemos muchas cosas de ambos y con ello siguen viviendo en lo que sembraron con sus enseñanzas.