En 1922, Enrique Gómez Carrillo, escritor guatemalteco, escribió un libro que fue todo un éxito, pues enviaba un claro mensaje de amor y fraternidad a la generación de su tiempo y a las futuras también.
Lo encontramos muchos años después. Don Alfonso Esparza que fue gerente de esta empresa, cambió de domicilio para estrenar moderna residencia por la avenida Abasolo, y nos pidió lo ayudáramos a limpiar la vieja y la nueva residencia.
Tira todo lo que quieras y quédate con lo que te sirva. Nos dijo ante una pila de libros que ya no quería conservar. Curiosos, como siempre empezamos a hojear uno y otro de los volúmenes que tenían como destino la basura.
Nos llamó la atención el más pequeño de todos, por su título: El Evangelio del Amor.
Creímos se trataba de un libro religioso y grande fue nuestra sorpresa al encontrar algo que siempre buscamos: Un libro que contestara nuestras inquietudes, después de haber cubierto periodísticamente un Congreso Misionero que se efectuó en esta ciudad en noviembre de 1977, cuando pudimos entrevistar y platicar largamente con importantes ministros religiosos como el Cardenal Ángel Rossi, enviado del Papa Paulo VI y el cardenal Jaime L. Sin de Filipinas. Todos ellos nos preguntaban: ¿Por qué no te vas de misionero?
Nos impactaba la pregunta por nuestra forma de pensar y de actuar. Y en el libro de Enrique Gómez Carrillo encontramos por fin la respuesta.
No se necesita ser religioso ni ser especial para cumplir nuestra tarea en la Tierra.
En su libro, el autor guatemalteco habla de un hombre que buscando la santidad, la palabra divina y el encuentro con Dios se va a la montaña a orar y a hacer penitencia.
Pasa el tiempo y no ocurre nada. Cansado, hambriento, enfermo, aquél buen hombre se siente en el final de su existencia, y con más fervor le pide al Señor unas palabras.
Éstas por fin las escucha y son más o menos éstas: Yo no necesito tanto de tus oraciones ni de tus sacrificios, lo que me hacen falta son más ayudantes para mejorar el mundo, para que haya menos hambre y dolor, menos niños pobres y gente menos necesitada. Baja de la montaña y ayúdame con tus oraciones pero más con tus obras.
Usted que tiene todavía la capacidad de ayudar a sus semejantes, piense en este Evangelio del Amor, que a nosotros tanto nos ha servido desde que lo conocimos, aunque no hayamos sido los más perfectos del universo.