La que ha quedado después de pisar esta tierra.
Quisiéramos que fuera firme, duradera.
Y que aún cuando nos hayamos ido, ahí se quede.
La primera la hemos querido dejar donde nacimos.
Entre la gente que nos vio crecer y que conoció de nuestros sueños.
Lamentablemente mucha de ella se ha ido ya, porque se nos adelantaron en el viaje.
Pero quedan sus descendientes, entre los que podemos todavía hacer algo.
La otra, por donde vamos pasando, por donde nuestros pies siguen caminando, aunque haya ya problemas físicos al hacerlo.
Por ello nos dio tanto gusto recibir el otro día, a través de nuestra pequeña computadora, un bonito mensaje escrito desde Sudáfrica.
Lo manda Ella Lindeni, de quien hablamos en uno de nuestros reportajes enviados desde Johannesburgo.
Decíamos que se esmeraba en atendernos, a Ramoncito Sotomayor y a nosotros cada vez que íbamos al Restaurante Europa, donde ella trabajaba.
Por ella conocimos cómo viven y luchan muchas personas que van adaptándose a la nueva vida que les regaló Nelson Mandela.
Tenía deseos de llevarnos a su casa, para que junto con su hermano, que trabajaba junto a ella, y sus dos hijos, pasáramos un día completo en su hogar. Nunca pudo hacerlo porque eran días de mucho trabajo y los turnos los doblaban por instrucciones del gerente, para atender a tanta gente que había acudido al Mundial, como nunca antes había ocurrido.
¿Cómo es México, cómo viven, que hacen ustedes? Nos preguntaba llena de curiosidad.
A veces llegábamos a cenar y estaba muy cansada, así lo narramos.
Nunca te olvidaremos, nos dijo una vez, refiriéndose a ella, sus compañeros y la gente que nos trataba cerca, como los vendedores de curiosidades que estaban enfrente y a los que teníamos que correrles porque se aferraban a que les compráramos su mercancía.
Uno de ellos incluso nos mostró una camiseta del Santos que le habían regalado, y ya no se la quitó en todo el Mundial.
Qué bonito es ir dejando una huella aquí y allá, por donde vamos caminando.
