De un tiempo para acá. Podríamos decir desde nuestra estancia en el lejano país de Sudáfrica, que empezó en junio pasado y terminó ya avanzado julio, nuestra vida dio un giro inesperado.
Antes, era como si hubiéramos vivido de a mentiritas, mal comprendidos por mucha gente que estimábamos, que considerábamos nuestros amigos, a los que nos habíamos entregado por ese sentimiento tan hermoso que es la amistad.
No fuimos correspondidos y lo vimos y sentimos una y otra vez, sobre todo cuando los vientos empezaron a soplar en contra, para nosotros y parte de la familia.
Allá, en el lejano país, tuvimos tiempo y lugar para meditar, para analizar con detenimiento muchas de nuestras relaciones y cuando regresamos, sólo confirmamos lo que ya sabíamos, pero no aceptábamos.
Por algo se dice a través de todas las historias, que los grandes personajes, llámese Jesucristo, Ghandi o Mahoma se dieron tiempo para retirarse muchos días y orar, analizar, y tratar de encontrar la verdad. Y es que la distancia facilita los procesos de la mente con mayor claridad.
En Sudáfrica nos vimos en un espejo especial, diferente, distinto al que en cada amanecer nos rasuramos y nos acicalamos para estar lo mejor presentados, aunque los años hayan pasado con generosidad.
Allá encontramos una imagen distinta, algo triste, pero la real.
En las noches, frías pero agradables, no le dábamos cabida al sueño, que no lo necesitábamos porque nos sentíamos muy relajados y con muchos deseos de analizar con calma y detenimiento tantas cosas, tantos tratos, tantas evasivas para estirar la mano para ayudarnos a salir adelante.
Y a nuestro regreso, fue normal y natural confirmar todo lo que habíamos meditado en las noches de luna llena y mucho frío.
Cuando empezaron a llegar los correos electrónicos de los nuevos amigos que dejamos allá, un viento nuevo acompañó cada misiva. Era una brisa generosa, saludable, enviada por gente morena que había recibido nuestra presencia con elocuentes muestras de amistad, la verdadera, la mejor, nacida unos días antes cuando empezamos a recorrer los viejos caminos de la humanidad, nuevos para nuestros pies.
Allá, hubiéramos querido tener a nuestro lado a las madres que tienen hijos con problemas y nos leen. A los maestros que nos estimulan para seguir adelante. A nuestros seres queridos que tanto han sufrido con nosotros en tantos tiempos malos que hemos encontrado en el camino.
Y a usted que se toma la molestia de leernos cada domingo, desde hace casi 40 años.