Pasó como una estrella fugaz por nuestra vida.
Mejor como un cometa, porque dejó una larga cauda de recuerdos.
Apenas cuatro años estuvo a nuestro lado, pero nunca, nadie de la familia lo olvidará.
Fue un 14 de febrero, cuando se celebraba a los enamorados cuando apareció en casa, acompañado de dos de sus hermanitos.
Uno para cada hijo y otro para nosotros. Nos tocó el más pequeño, y el más llorón.
En su primera noche en casa, mi esposa se arrepintió de la compra y juró devolverlo al día siguiente.
Nosotros, que no somos tan tolerantes, nos compadecimos de él y a su lado nos fuimos a la recámara más alejada de la casa. Ahí él entendió seguramente nuestro sacrificio y al poco se calló, se arrellanó a nuestro lado, se quedó dormido y así empezó nuestro "romance".
Al poco tiempo se llegó el momento de encontrarle un nombre. Todos dieron su opinión. Nuestra esposa, con esa prudencia y sensatez que la ha caracterizado siempre nos dejó hablar, opinar y luego, con su estilo inapelable nos dijo. Ninguno es el adecuado, se llamará Mirru.
¿Pero por qué? Reclamaron todos. ¿Por pequeñito? Pues es un french puddle preguntaron todos.
No. Dijo ella, porque llevará partes del nombre del jefe de esta casa: Miguel Ruelas.
Todos nos quedamos impactados, y así se le conoció.
Fue famoso no sólo en la familia sino en el barrio mismo y hasta en San Isidro, pues empezamos a mostrar en esta columna las cualidades tan sentimentales de esta masctotita, como cuando por un accidente automovilístico sufrimos la fractura de un brazo y fue "Mirru" el que más sufrió, y como con su ejemplo de cariño, podríamos decir de "amor" se acercaba al brazo enyesado y lamía con ternura la blanca cubierta.
Fue creciendo con los nietos, y al lado de él ellos empezaron a caminar y luego a jugar y a corretearlo, lo que hacía con gran alegría.
Así como fue atendido por muy buenos veterinarios, uno de ellos, de pocas pulgas, lo hizo arisco y luego ya no permitía que nadie lo bañara y acicalara.
Nos esperaba todas las noches en la puerta y luego escogía dónde dormir.
Una madrugada que salimos a recoger EL SIGLO, "Mirru" salió como era su costumbre a hacer sus necesidades y corretear un poco, lo que le alegraba mucho. Ya no volvió.
Esa madrugada empezó la búsqueda que nunca ha terminado. Todos en la familia andamos por la calle buscándolo, llamándolo cuando aparece uno parecido a él. Los nietos y mi esposa son los que más lo extrañan. Una foto, mostrando su belleza y galanura está pegada al refrigerador de la casa. Todos los días la vemos y seguiremos añorándolo, por los siglos de los siglos, sobre todo después de haber conocido a tanta gente y de ubicar a los verdaderos amigos, donde estaba en un lugar muy preferente "El Mirru".