En este lugar, donde vivimos, aunque no hayamos nacido, el afecto nos ha atado a todo lo que la conforma.
Vamos a otras partes y decimos con orgullo el nombre de la ciudad donde vivimos.
Para nosotros, donde tenemos nuestro domicilio es un lugar bonito, y podría serlo más.
Si tuviéramos el gusto, la capacidad y la decisión de adoptar pequeñas cosas de nuestra ciudad, ésta sería más hermosa.
El interior de cada casa lo tenemos lo mejor que las condiciones económicas de cada quien lo permiten.
Pero en la calle, en los paseos, en las banquetas hay muchas cosas que podríamos adoptar.
Aquí fue muy famosa aquella campaña que rezaba: Adopte un árbol.
Adoptar a alguien o a algo es un distintivo de las gentes nobles y generosas, alejadas del egoísmo.
¿Cuántas veces se entera usted que un niño que no tenía a nadie en el mundo lo adoptó un vecino o un amigo?
Uno percibe en esas personas que toman en adopción a alguien un signo de grandeza y de gran calidad humana.
A veces no se puede adoptar lo que uno quiere, por muchas razones pero si se puede tomar el cuidado de cosas menores, como un árbol cercano a nuestra casa, un prado contiguo, la sección de un paseo, etc.
No todo lo que existe en nuestra ciudad deben ser tareas de gobierno, algunas nos deben corresponder a nosotros para que nuestra ciudad sea más bella.
En algunos barrios, hemos visto que los mismos vecinos se hacen cargo de los campos deportivos, que sus mismos hijos utilizan para hacer deporte y hasta manifestaciones sociales y culturales.
En cada manzana de nuestra ciudad hay gente emprendedora, con gran espíritu de organización que podrían motivar a sus mismos vecinos para tener mejor presentada la sección donde viven.
Todo está en la buena voluntad de las personas que aquí vivimos para hacer de nuestra ciudad un mejor lugar, digno de nosotros mismos.
