ERA UNA TARDE DE OTOÑO
Habíamos salido temprano de Torreón.
El Dr. Luis Maeda, que encabezaba la excursión nos había dicho que estaríamos en la punta del Pico de Teira antes del atardecer.
Y cuando llegamos a las faldas de la imponente montaña, también pensamos que la aventura sería sencilla y fácil.
El clima era agradable, así que empezamos a escalar.
El médico era el más entusiasta y el que sacaba más plática, tenía tema para todo.
De vez en cuando hacíamos un alto para platicar y fue entonces cuando todos aportamos algo en la conversación, sobre todo los sueños y anhelos que teníamos por cumplir.
Así nos enteramos que unos querían recibirse lo más pronto posible para ser profesionistas exitosos.
Otro sólo quería regresar lo más pronto posible para hacer las pases con su esposa, pues se había peleado con ella la noche anterior.
Otro, el primero que sintió los rigores de la subida, lamentaba no haber dejado antes el cigarro, pues éste le cobraba ya altas facturas.
Nosotros, por nuestra parte, empezábamos ya a relatar el reportaje que narrara la aventura y si encontraríamos restos de lo que había dejado el misterioso personaje que decían habitó en la cumbre.
Y platicando y haciendo pausas empezó a caer la tarde más pronto de lo que esperábamos.
Y ni para cuando llegar a la cúspide.
Se hizo de noche y seguíamos ascendiendo.
Pasaban las horas y el manto oscuro lo cubría todo, menos un frío que era cada más intenso.
El único que no perdía el ánimo ni los deseos de platicar era el Dr. Maeda Villalobos.
Vino lo más difícil, cuando cansados y muertos de frío no sabíamos si estábamos en terreno seguro y el temor a caer en un precipicio empezó a acompañarnos-.
¿A qué hora de la noche o de la madrugada llegamos a la cima? Nunca lo supimos, lo cierto es que cuando llegamos lo único que buscábamos era dónde guarecernos del frío y descansar un poco.
Todos nos reunimos junto a unas rocas y ahí permanecimos. A lo lejos escuchamos un avión y alguien dijo, va a Torreón. Qué ganas de ir en la nave que ya estaba casi sobre nuestras cabezas.
Antes del amanecer el frío fue todavía más intenso, y creíamos que enfermaríamos, pero no pasó nada. Encontramos restos de lo que fue una cruz y nada más.
Esta aventura la escribimos hace muchos años y nos dejó muchos recuerdos, sobre todo el de que no es fácil llegar a la cumbre de nuestros deseos, y cuesta mucho, un precio que pocos pueden pagar, pero cuando se logra, se puede decir que sí se puede.