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De mitos y tragedias

FEDERICO REYES HEROLES

Rulfo afirmó que en México sólo hay dos estaciones, la de aguas y la de secas. Se refería básicamente al altiplano. Pero su simplificación toca una realidad nacional irrebatible. En la de aguas el territorio se viste de verde. La omnipresente basura se oculta debajo de la hierba. Las presas, bordos, jagüeyes y demás cuerpos de agua reaparecen en el horizonte. Los sembradíos se dejan ver esperanzadores. En apariencia el país revive. Los paisajes que inspiraron a José María Velasco están allí de nuevo, como si nada hubiese ocurrido desde hace un siglo o dos o más. Pero con el verde llegan los ríos desbordados, las comunidades y ciudades inundadas, la insuficiencia de las presas para retener los caudales y también las tragedias, como las ocurridas la semana pasada en Oaxaca o Chiapas donde los aludes enterraron a varias familias. Así al final de la temporada lo que deseamos es que las lluvias se vayan.

En la de secas los amarillos y ocres se apoderan del país. Los campos de cultivo nos recuerdan la pobreza de muchas de nuestras tierras. Las tolvaneras regresan transportando toneladas de polvo, de tierra, de basura. Los cuerpos de agua se secan hasta que, ya desnudos, dejan ver el terrible azolve que los asfixia. En el estiaje, cuando la resequedad se ha apoderado de todo, las columnas de humo en el horizonte nos recuerdan la barbarie de "limpiar" las tierras con fuego hasta que una nube de calina cubre el territorio. Las temperaturas ascienden, falta el agua, y entonces pedimos a gritos que las lluvias regresen. El ciclo se repite una y otra vez, pero cada año los extremos se acentúan: calor, resequedad, incendios sin control que arrasan con bosques y selvas, entidades donde no llueve por años como en Zacatecas o trombas brutalmente destructivas, caudales fuera de madre que se llevan a su paso lo que encuentren.

Pero ese verde también oculta y nos hace olvidar nuestra perversa relación con el entorno. Tres cuartas partes del territorio nacional están en proceso de erosión y un 75% es considerado ya desértico o semidesértico. No regresamos al mismo punto, avanzamos en una destrucción sistematizada. Allí están los testimonios históricos para recordarnos lo que hemos hecho del territorio. Cuando Humboldt cruza por Chilpancingo afirma que esas tierras tienen una riqueza de lo que hoy llamamos flora y fauna difícil de comparar en todo su recorrido. ¡Chilpancingo! Ahora una vez más los cielos abiertos hacen ya acto de presencia. El otoño se deja sentir. Las temperaturas descienden y las lluvias irán a menos. Los huracanes y ciclones disminuyen y nos darán una pausa por unos meses. También regresa el olvido. Además del calentamiento global que tanto se discute, los mexicanos necesitamos encarar los severísimos problemas derivados de nuestras acciones.

México no es un país con una gran vocación agrícola y menos para cereales. Sólo 13% del territorio es cultivable y de allí se calcula que sólo una cuarta parte sirve para granos. Sin embargo, el nocivo agrarismo burocratizado y con fines políticos repartió y abrió tierras al cultivo sin ningún criterio de conservación. Tierras en zonas con lluvias escasas que dan cosechas miserables que generan una enorme frustración de los campesinos que las cultivan. Ya nos acostumbramos a ver milpas en laderas que en muy pocos años pierden el terrón. También estamos acostumbrados a que los ríos sean color café, chocolate, por las miles de toneladas de materia orgánica que dejamos ir al mar. De ese 13% todavía dependen el 15% de la PEA, muchos de ellos son los mexicanos más pobres. En Inglaterra, por citar sólo un ejemplo, con 24% de territorio cultivable sólo un 1% trabaja en el agro. La concepción de retener a millones de campesinos en el campo trajo aparejada una depredación sistemática.

En cambio nuestra clara vocación silvícola, 23% de nuestro México tiene esa fortuna, está abandonada. Basta con observar los deslaves más recientes en Oaxaca y Chiapas para recordar que buena parte del origen de esas tragedias está en la irresponsable necedad de querer multiplicar al campesinado. A eso agréguese la criminal tolerancia hacia los asentamientos humanos en zonas de riesgo que están perfectamente detectadas, para recordar la explosiva combinación de factores. Los asentamientos en las tierras bajas de Tabasco están en nuestras pantallas. No hay suficientes recursos locales para la reubicación y los federales se canalizan más a paliar las tragedias que a evitarlas. Así nunca vamos a acabar.

Cerrar tierras abiertas al cultivo sin esa vocación y reubicar asentamientos indebidos son medidas impopulares pero inexorables, eso si de verdad queremos que no se repitan este tipo de tragedias. Tragedias en el sentido griego de la expresión: sabemos lo que puede ocurrir y no lo evitamos. Son problemas serios pero finitos, con soluciones terrenales. Enterremos los mitos, cuidemos nuestra tierra, acabemos con las trampas mortales y con esas tragedias.

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