El Señor hizo a la tortuga.
Vio ella el mundo, y encontró que era bueno. Con lentos pasos fue a ocuparlo.
La miró el hombre y dijo, desdeñoso:
-¡Qué lenta es!
-Te equivocas, Adán -lo corrigió el Señor-. Para lo suyo es tan rápida como puedes ser tú para lo tuyo. Lo que sucede es que eres hombre. Vive en ti la soberbia, el primero y mayor de todos los pecados. Piensas que el hombre es la medida de todas las cosas. Y eso es falso. El hombre es sólo la medida de esa pequeña cosa que es el hombre. Cada criatura tiene su propia medida. Conforme a la medida de la tortuga ¡vieras qué rápida es!
Adán no dijo nada ya. Se propuso ser más humilde. Y ése es un propósito muy grande. Al menos para su medida.
¡Hasta mañana!..
Pepito le dice a su mamá: "Mi papi no sabe contar". La señora, extrañada, le pregunta: "¿Por qué dices eso?". Explica Pepito: "Oí que la muchacha le dijo a una amiga que mi papá nunca pasa de uno"... En el hipódromo un apostador profesional observó que antes de la carrera un padrecito bendecía a uno de los caballos que iba a participar. Invariablemente ese caballo ganaba la carrera. Así pues, aquella tarde el jugador tomó todo el dinero que tenía -vendió incluso su casa y su automóvil para disponer de una cantidad mayor-, y lo apostó al caballo que en esa ocasión había recibido la visita del sacerdote. El caballo no sólo llegó al último, sino que al final cayó muerto en la meta. El apostador perdió todo su dinero; quedó en completa ruina. Furioso va hacia el cura y le pregunta: "¿Por qué esta vez perdió el caballo al que usted dio su bendición?". Inquiere con mansedumbre el sacerdote: "¿Qué religión profesas, hijo mío?". Contesta, hosco, el apostador: "Soy protestante". Suspira el padrecito y dice: "Ese es el problema con ustedes los protestantes. No saben distinguir entre una bendición y una extremaunción"... Doña Cloris le comenta con voz de angustia a su vecina: "Traigo una fuerte infección estomacal. Fui a ver al médico, y me dijo que no debe entrar en mi cuerpo nada que no esté hervido. ¿Cómo le digo eso a mi esposo?"... En la reciente inundación un señor le informó a su mujer: "El río está creciendo; la casa quedará bajo las aguas. Voy a quitar una puerta de madera para usarla como balsa. Saldremos flotando en ella". "¡Qué barbaridad! -se consterna la señora-. ¡Y ya no me queda ninguno de los vestidos que llevé al último crucero!"... Astatrasio Garrajarra llegó a su domicilio a las 3 de la mañana, en competente estado de ebriedad. Tropezando, profiriendo maldiciones entre dientes, empezó a subir por la escalera que conducía al segundo piso. Desde la alcoba su esposa le pregunta: "¿Eres tú, Astatrasio?". Responde, amenazante, el temulento: "¡Más te vale que sea yo, desdichada!"... El empleado de don Algón le pidió permiso de faltar al trabajo aquella tarde, pues debía asistir al sepelio de su señora suegra. "¡Caramba, Leovigildo! -se enoja don Algón-. Hace menos de un mes se fue usted de vacaciones. La semana pasada me pidió permiso de ir a la Capital a ver un concierto de rock. Ahora quiere la tarde para asistir al sepelio de su suegra. ¡Usted sólo piensa en divertirse!"... Don Languidio acudió a la consulta de un célebre facultativo, y muy apenado le manifestó que tenía problemas para izar el lábaro de su masculinidad. El médico, hombre sabio, le indicó: "Beba usted un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo. Su esposa se lo agradecerá". Un rato después don Languidio, exultante, llamó por teléfono al doctor. Le dice con acento jubiloso: "¡Bebí esa dosis de las miríficas aguas de Saltillo! ¡En una hora ya he hecho el amor tres veces!". "Magnífico -lo felicita el médico-. Su esposa debe estar feliz". "Quién sabe -replica don Languidio-. A ella no la he visto"... En la fiesta, doña Jodoncia y su amiga hablaban de unos casados. Dice doña Jodoncia. "Son una bonita pareja, excepción hecha de ella"... Aquel tipo invitó a sus amigos a ir a su casa a jugar al dominó. Cuando entraron vieron en la sala a la esposa del anfitrión gozando sobre la alfombra el último extremo de la pasión carnal con un sujeto. Imperturbable, el de la casa propone a sus amigos: "Vamos al comedor a servirnos una copa". Exclama uno de ellos, sorprendido: "¿Qué me dices del individuo que está en la sala con tu esposa?". Contesta el tipo: "Si también quiere una copa, que venga a servírsela él mismo"... FIN.