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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES MIRADOR

ARMANDO CAMORRA

El día que cumplió 40 años, John Dee vendió todos sus libros. Renunció luego a su cátedra en la Universidad, y desapareció.

Inútilmente lo buscaron sus amigos. Lamentó el claustro la pérdida de quien había sido su mayor adorno. Pero lo más sentido fue la venta de los libros, pues con eso se dispersó un rico acervo de sabiduría.

Pasó el tiempo, y cierto día un antiguo discípulo de Dee que viajaba por un lugar lejano encontró en el camino a un hombre que iba silbando alegremente una tonada popular. Era el maestro. Invitó Dee al viajero a ir a su casa. Ahí éste le preguntó por qué había vendido sus libros. El filósofo llamó a su esposa. Era una hermosa mujer de grandes y bellos ojos llenos de luz. Le dijo Dee a su invitado:

-Este es el único libro que ahora necesito, y el mejor.

¡Hasta mañana!..

El diminuto espermatozoide llegó al óvulo y lo fecundó. Le dice el óvulo: "¿Cómo fue que entre millones de espermatozoides fuiste el primero en llegar aquí?". Responde el diminuto espermatozoide: "Es que fui el único que me detuve a preguntar direcciones"... Doña Tebaida Tridua tuvo anoche una espantosa pesadilla: soñó que la atacaba un micoleón. Feo animal es ése. Tiene cuerpo de mono, cabeza de felino, y en el rostro presenta parches róseos, sin pelo, que le dan siniestro aspecto. Me recuerda esa alimaña a un compañero que tuve en la primaria, del cual solía yo recibir muchos maltratos. Era aquel miserable, como se dice ahora, el "bully" del salón. A todos nos perseguía por el patio, y al alcanzarnos nos llenaba de mojicones y guantadas. Un día tuve una idea salvadora. Sabía que el malvado, igual que muchos malvados que inficionan con su existencia el mundo, era fanático religioso. Me conseguí un crucifijo de regular tamaño, y cuando el canalla me iba persiguiendo me volví de pronto y se lo enrostré al tiempo que le dije con vibrante acento: "¡Detente! ¡Dios está conmigo!". No hizo el maldito las muecas y visajes que hacía Bela Lugosi en el papel de Drácula cuando le presentaban una cruz. Hizo más: se puso de rodillas. Yo, mayestático, lo miré como miraban los mártires cristianos en "Fabiola" o "Quo Vadis" a los leones rendidos a sus pies, y luego me retiré, sereno, pero sin dar la espalda al fementido, pues los milagros no suelen durar mucho. Pero me estoy apartando del relato. ¿Por qué doña Tebaida tuvo esa pesadilla? Cada vez que la ilustre dama, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, lee algún cuento de color subido, es atacada esa noche por un horrible sueño. La semana pasada, por ejemplo, leyó aquí el chiste del señor que pidió en la farmacia un cuarto de pastilla de Viagra. El farmacéutico le dijo que esa dosis tan reducida no le iba a servir para el propósito deseado. El señor le explicó que quería que le alcanzara únicamente para no mojarse los zapatos al ir al pipisrúm. Pues bien: esa misma noche la señora Tridua fue asaltada por la pesadilla: soñó que asistía a una sesión de la Cámara de Diputados, y despertó bañada en sudor frío y lanzando ululatos de terror. No era para menos. Quinientos diputados federales tiene México. Pocos son los que cumplen bien su encargo, pero todos sin excepción cobran sus altos sueldos y disfrutan sus pingües prestaciones. Cuando alguien propone que el número de diputados sea reducido, los solones se defienden como gatos boca arriba, y meten a la congeladora la propuesta. Igual hacen los senadores. Así las cosas, los contribuyentes debemos seguir cargando el oneroso peso de esa casta política desmesurada, fruto del vicioso sistema de partidos que los mexicanos padecemos. Pero otra vez me estoy alejando del relato. En esta ocasión lo que motivó que la señora Tridua soñara al micoleón fue el relato que en seguida viene, llamado "Laconismo". Absténganse mis cuatro lectores de posar los ojos en esa vitanda narración si es que no quieren soñar un micoleón, uliginoso bicho de la misma familia que el meloncillo español, con los pelos de cuya cola hacía Velázquez sus pinceles. Va ese cuento... Aquel tipo conoció en el bar a una muchacha, y la invitó a ir con él a su departamento. En el camino el sujeto se mantuvo en silencio, sin hablar, e igual cuando llegaron al sitio donde tendrían lugar los acontecimientos. Ya en la cama le dice la chica al individuo: "Veo que eres hombre de pocas palabras". Él le responde: "Yo hablo con esto". Y así diciendo le mostró la entrepierna. Ve aquello la muchacha y le comenta al incivil galán: "No tienes mucho qué decir ¿verdad?"... (No le entendí, de modo que no voy a soñar al micoleón)... FIN.

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