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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES MIRADOR

ARMANDO CAMORRA

Camino por el huerto de nogales, y las ardillas me miran con mirada inquieta.

Este año no hubo nueces. Las pequeñas criaturas parecen preguntarme por qué.

Nada puedo decirles. Nada sé. Los nogales tienen la respuesta, pero ellos poseen la sabiduría del silencio. Ante las cosas del cielo y de la tierra yo estoy en el mismo estado de indigencia que la ardilla. ¿Por qué este año no hubo nueces? Quién lo sabe. Igual podrían ellas preguntarme por qué no hubo Dios.

Lo habrá el próximo año, de seguro. Quizá esta vez Diosito se distrajo, y olvidó su tarea de hacer nueces. Pero los olvidos de Dios no duran mucho. Él siempre vuelve a recordar. Él siempre nos vuelve a recordar. Entonces habrá nueces otra vez. Pasaré por el huerto, y las ardillas me mirarán, tranquilas, y ellas y yo miraremos tranquilamente a Dios.

¡Hasta mañana!...

Pugnacio Paluka era un rijoso individuo. Gustaba de los pleitos a trompadas. Parecía hallar placer en aplastar narices y en que le aplastaran la suya. Cierta noche sintió el impulso incontenible de pelear. Fue cantina por cantina, pues en las tabernas solía hallar rivales para sus pugilatos, pero todas las encontró cerradas, porque eran ya las horas que los ingleses llaman "wee", las muy tempranas, las de la madrugada. Una sola taberna estaba abierta aún, pero en ella había únicamente un pobre borrachín que se había dormido de bruces sobre el mostrador de la barra. Eso no empeció los belicosos ímpetus del reñidor. Con trabajos se metió por abajo del dormido, y le preguntó con áspera y amenazante voz que despertó al beodo: "¿Qué me ves?". En muchos perredistas laten esos impulsos belicosos. Parece que no pueden estar sin pelear unos con otros, y todos contra todos. Ahí tienen ustedes, por ejemplo, el caso del señor Fernández Noroña, esa pequeña vergüenza nacional, campeón indiscutido del grito y de la injuria. Aun sus propios compañeros sienten pena por su comportamiento. Y no está solo ese inefable caballero en su conducta de pulquería o palenque. Nuestros diputados deberían aprender a los liberales y los conservadores del siglo diecinueve mexicano: se mataban, ya en el campo de batalla, ya en un duelo, pero no se insultaban. Supe de un disertante que para contradecir a otro que había sostenido un punto de vista radicalmente diferente al suyo comenzó diciendo: "El señor tiene razón. Pero no mucha. Y la poca que tiene vale nada". No se trata de hacer del recinto cameral un Versalles. Eso en ninguna parte se ve. Un diputado es un diputado, aquí y en China. ("Ahí deberían estar todos", dice un lector metiendo la cabeza en este escrito). Pero se supone que los legisladores son representantes populares -es un decir-, y les toca dar ejemplo de civilidad. Entiendo, sin embargo, que es necio pedirle peras al olmo. Esperemos -quizá esperanza inútil, como el nombre de la bellísima canción- que en el futuro los diputados mexicanos sean un poco menos diputados. Con esa admonición he cumplido por hoy mi deber de orientar a la República. Paso ahora al relato de algunos cuentecillos de inane estilo y vago humor. El conductor del tren llamó a un policía. Una joven pareja estaba haciendo el amor en el último asiento del vagón de segunda clase. Acude el guardia y le dice al mozalbete: "Queda usted arrestado". "¿Por qué?" -pregunta el infractor. Responde el policía: "Por hacer un viaje de primera con un boleto de segunda". Pepito llegó a su casa con un balón que no era de él. "Me lo encontré en el parque" -le explicó a su papá. "¿Estás seguro -inquiere el señor, severo- de que el balón estaba perdido?". "Claro que sí -asegura Pepito-. Con mis propios ojos vi al niño que lo andaba buscando". Capronio fue a Las Vegas con su esposa. Vieron el show de un mago extraordinario. En la escena el hombre desapareció un automóvil. Al final del espectáculo Capronio fue al camerino del mago y le preguntó cómo había hecho eso. "Si quiere se lo digo, señor -responde el mago-. Pero inmediatamente después tendré que matarlo, pues nadie más que yo debe conocer ese truco". "Está bien -cede Capronio-. Entonces dígaselo a mi esposa". Babalucas se lanzó en paracaídas en seguida de otro paracaidista que lo precedió. El paracaídas del otro no se abrió, y el tipo se precipitó en caída vertiginosa. "¡Ah! -dice Babalucas al tiempo que se desprendía de su paracaídas-. ¿Conque carreritas?". En los ejercicios espirituales el sacerdote dijo a los ejercitantes: "Debemos pensar siempre en el más allá. No tenemos la vida segura". Después de hacer esa reflexión trascendental el predicador se vuelve hacia uno de los asistentes y le pregunta con solemnidad: "¿Acaso sabe usted dónde estará dentro de una semana?". Se queda pensando el individuo, y dice luego: "Vamos a ver. Hoy es viernes, y son las 9 de la noche. Probablemente estaré en la casa, haciendo el amor con mi mujer". FIN.

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