Con la helada se fue el azul del plúmbago.
El frío mató la flor, y pintó de un feo pardo oscuro el verdor de sus ramas y sus hojas. Miro ahora el espectro de la planta, y el alma se me pone triste.
Pero vendrá mañana el sabio jardinero, y podará el arbusto casi de raíz. Vendrá también mañana la sabia primavera, y de la vida que duerme abajo de la tierra hará una nueva vida, y otra vez el azul del plúmbago será como un pequeño cielo en mi ventana.
Siempre habrá heladas en el mundo.
Pero siempre habrá plúmbagos también.
¡Hasta mañana!..
Meñico Miniprick invitó a Pirulina a ir con él a su departamento. Ahí le dijo que le iba a mostrar su ropa interior. Se despojó del pantalón y la camisa y ¡oh sorpresa! abajo no traía nada. "Qué bonita ropa -comentó Pirulina sin turbarse-. ¿También hay en tallas para adulto?"... Astatrasio Garrajarra, el borrachín del pueblo, iba por una calle haciendo más eses que las que tiene el acrónimo del Issste. Lo vio don Arsilio, el cura párroco, y lo amonestó con tono de paternal reproche: "Hijo mío: el alcohol te está matando lentamente". "Y se lo agradezco, padrecito -farfulla el temulento-. No llevo ninguna prisa". (En otra ocasión decía Garrajarra: "Tengo bien controlada la bebida. Desde que empezó el año he bebido exactamente 159 tequilas y 342 cervezas")... ¿Qué es un cliché o estereotipo? Es un lugar común, un concepto aceptado y difundido sin considerar si es verdadero o no. De los clichés nacen los prejuicios, las etiquetas mentirosas. Por ejemplo, los regiomontanos son codos, o sea cicateros; los yucatecos son escasos de caletre; los habitantes de la Ciudad de México son jactanciosos, sangrones y altaneros. Y sin embargo no hay gente más generosa que la de Monterrey -yo soy testigo de eso-; los yucatecos poseen una inteligencia y una sensibilidad poco comunes -díganlo si no sus trovadores y poetas-; y todos los amigos que tengo en el Distrito Federal desmienten con su trato los defectos que a los capitalinos se atribuyen. Los poblanos son también víctimas de esas ideas preconcebidas. De ellos se dice que son disimulados, engañosos. "Mono, perico y poblano...". Un inolvidable paisano mío saltillero, Jesús Dávila Fuentes, llamado "El Águila" por lo aquilino de su rostro y por su perspicaz inteligencia, se fue a vivir a Puebla, y me decía siempre que su gente es noble y leal, franca y sin dobleces. Estuve en esa bella ciudad hace unos días; gocé de la cordialísima hospitalidad de la familia de mi amigo -gracias Olguita, Adriana y Alejandro- y de nuevos amigos, Norma y Roberto, con los suyos. Ahora vi dos Pueblas: la de siempre, relicario de México y de América, y Patrimonio de la Humanidad; con sus recias casonas y conventos; sus portales; su zócalo; sus templos; su Barrio del Artista -de ahí traje obras espléndidas de la maestra Lurzhat González y del maestro Raymundo Cisneros-; su Parián, su Barrio de los Sapos; su Alfeñique; sus joyas carolinas; su talavera y su inefable gastronomía, con dulces que se deslíen en la boca como un beso. De esa ciudad hidalga es símbolo eterno su catedral, tan hermosa que de ella se dice que fue construida por los ángeles. Ni de la basílica que San Pedro tiene en Roma se ha dicho eso. Pero vi también otra Puebla; la moderna; la de magníficas vialidades y grandes centros comerciales; la que mira al futuro con confianza. De esa nueva Puebla es símbolo el impresionante edificio de los Laboratorios Exakta, que muestra lo que los poblanos son capaces de hacer aun en tiempos de dificultad. Ir a Puebla es visitar algo de lo mejor que tiene México, y enriquecerse con la amistad de buenos mexicanos. Nada digo del mono y del perico, pero en tratándose del poblano es un privilegio darle la mano, y con la mano también el corazón... Una mujer llegó a la farmacia y le pidió al farmacéutico 100 gramos de cianuro. Le dijo que quería el veneno para matar a su marido. El hombre se espantó. "¡No puedo venderle eso sin receta! ¡Es ilegal!". Sin decir palabra la mujer saca de un folder una fotografía y se la muestra al tipo. En la foto se veía al marido de la señora haciéndole el amor apasionadamente a la esposa del farmacéutico. "Perdone usted -dice éste al tiempo que le entregaba el cianuro a la mujer-. No sabía que traía la receta"... FIN.