Una mujer y un hombre que se habían amado cuando jóvenes, pero cuyo amor no cristalizó por cosas de la vida, murieron casi al mismo tiempo. Se encontraron en el Cielo, y felices por verse reunidos decidieron hacer lo que en la Tierra no pudieron: casarse. Fueron entonces con San Pedro, y le comunicaron su intención. El celestial portero declaró: "Si quieren casarse deberán esperar 100 años". Pasó ese tiempo, y los enamorados regresaron. "-Deberán esperar otros 100 años" -les dijo el apóstol. Transcurrió el siglo, y de nuevo volvieron con San Pedro el hombre y la mujer. "Ahora sí pueden casarse" -les dice él. Llamó a un cura, y éste ofició la boda. Al terminar la ceremonia pregunta tímidamente ella: "San Pedro: si algún día decidimos divorciarnos ¿podremos hacerlo?". El apóstol se estiró los escasos cabellos que le quedaban y exclamó con desesperación: "¡Dios mío! Tuve que esperar 200 años a que llegara un cura al Cielo para poder casarlos. ¡Y ahora me están pidiendo un abogado!"... Los primeros días del año dan ocasión para hacer buenas intenciones. De ellas, dice el resabidísimo aforismo, está empedrado el infierno. Sin embargo la mayoría de las buenas intenciones acaban por cumplirse, según lo muestra el mundo. En él, a pesar de todas las evidencias en contrario, hay más bien que mal. Por estos días miles de fumadores se proponen dejar de fumar. Lo sorprendente es que los más de ellos llevan a cabo su propósito. He aquí lo que al respecto dice el médico Alan Blum, director del Centro para el Estudio del Tabaco y de la Sociedad, perteneciente a la Universidad de Alabama, en Tuscaloosa: "... La mayoría de quienes se proponen dejar el cigarrillo lo consigue, aunque sea después de varios intentos. Por eso, fracasar una o dos veces no es motivo para desanimarse. La buena noticia para quien ha dejado de fumar es que su salud mejora inmediatamente, sea cual fuere el tiempo que haya fumado, o la edad que tenga. Por ejemplo, el riesgo de sufrir un mal cardiaco se reduce en más de un 50 por ciento en el primer año sin fumar, y en un plazo máximo de cinco años la posibilidad de infarto en quien fumó desciende al mismo nivel de los que nunca fueron fumadores...". Si alguno de mis cuatro lectores ha decidido dejar el cigarrillo, he aquí otra razón, entre las muchas que hay, para ya no seguir atado a la adicción... Era invierno, y Babalucas quiso ir a pescar en el hielo. Llevó consigo anzuelo, carnada, su silla portátil y un taladro para abrir un agujero en la helada superficie. Se sentó, pues, en la silla y se dispuso a taladrar. En eso oyó una resonante voz venida de lo alto: "¡No agujeres el hielo!". Volvió la vista Babalucas a todas partes, pero no vio a nadie. Tomó el taladro otra vez. "¡No agujeres el hielo!" -se oyó de nuevo la poderosa voz. Intrigado, Babalucas paseó la mirada a su alrededor, pero tampoco en esta ocasión vio a persona alguna. De nueva cuenta hizo el intento de taladrar. Y otra vez se escuchó la voz, ahora más fuerte y majestuosa: "¡No agujeres el hielo!". Desesperado clamó Babalucas: "¿Quién eres tú, que así me gritas con voz que viene de la altura? ¿Acaso me quieres advertir de algún peligro? ¿Eres Dios? ¿Eres mi ángel de la guarda? ¿Quién eres, di, que me manda no agujerar el hielo?". Contesta la resonante voz: "Soy el encargado de la pista de patinar"... Hoganio dedicaba todas las mañanas de los sábados a jugar golf. Ordinariamente regresaba a su casa a las 2 de la tarde, pero en esa ocasión volvió a las 7. "¿Por qué llegas a esta hora?" -le reclamó, furiosa su mujer. "No te ocultaré la verdad -respondió el tipo-. Ya venía yo de regreso cuando vi a una atractiva dama que estaba cambiando una llanta de su coche. Me detuve a ayudarla; ella me invitó a tomar una copa en su departamento, y terminamos en la cama. Te juro que no lo volveré a hacer". "¡Eres un mentiroso! -rebufa la señora-. ¡Has de haber jugado 36 hoyos!"... FIN.