Un caracol asaltó sexualmente a una tortuga, y abusó de ella seis horas seguidas. Le preguntó la policía: "¿Podría usted identificar a su agresor?". "Difícilmente -responde la tortuga-. ¡Todo sucedió tan rápido!"... Babalucas nació tonto, y perseveró toda su vida. Una noche se quejaba: "Ya no hacen los televisores como los hacían antes". Y al decir eso le daba al aparato fuertes golpes para que funcionara. Su esposa le informa: "Lo que estás golpeando es el horno de microndas"... Hablaba el señor en el teléfono: "¿Has estado bien?... Lo mismo yo, pero éste ha sido un día difícil para mí... Aspidia está de mal humor, y cuando se pone así -tú la conoces- no puede uno ni acercársele... Sí, ya sé que cuando empecé a cortejarla me advertiste que tenía muy mal carácter... No, no olvido que me aconsejaste que no me casara con ella, porque la vida a su lado iba ser una pesadilla... Es cierto: también me dijiste que Aspidia es una fiera; una serpiente; una mujer malvada, colérica, perversa, egoísta, perezosa y cruel. Pero, en fin, con ella me casé, y ni modo... ¿Quieres que te la pase? Espera un poco... ¡Aspidia! ¡Te habla Medusina, la que dices que es tu mejor amiga!"... Algunos hombres se resignan al matrimonio con tal de tener sexo. Algunas mujeres se resignan al sexo con tal de tener matrimonio. Himenia Camafría, madura señorita soltera, quería las dos cosas, y otras más. Acudió a una agencia matrimonial y pidió que la pusieran en contacto con un hombre joven, guapo, rico, de elevada estatura, ojos azules, cabello rizado, atlético, simpático, inteligente y culto, a fin de entablar con él una relación seria con vistas al matrimonio. "Ejem... -vacila el encargado-. Disculpe la observación, señorita Camafría; pero... ejem... a su edad, y en su condición económica, que entiendo es por ahora algo apretada, ¿no cree usted que está pidiendo demasiado?". "Quizá tenga usted razón -concede la señorita Himenia-. Quítele lo del cabello rizado"... Un individuo llegó a la casa de mala nota y preguntó por Bedellia. Le dice la dueña del establecimiento: "De todas las chicas que aquí tengo Bedellia es la más cara. Cobra mil dólares por sus servicios. ¿Dispone usted de esa cantidad?". "Sobradamente" -responde sin vacilar el individuo. Fue conducido, pues, a la habitación de Bedellia, y ahí se refociló con ella en forma que habrían aprobado lo mismo el autor -o autora- del Kama Sutra que Masters y Johnson, eminentes sexólogos modernos. Al fin de la fornicación le entregó la convenida cantidad. Al día siguiente llegó otra vez el visitante y pidió por segunda ocasión los servicios de Bedellia. Yogó de nueva cuenta con la hurí en modo competente -así lo indicaron los acezos, jadeos, suspiros, ayes, gritos y ululatos de la joven cortesana-, y le entregó al final el pago de mil dólares. Se sorprendieron todos la siguiente noche cuando apareció por vez tercera el visitante, y pidió una vez más la presencia de Bedellia. Con ella estuvo igual que las pasadas veces, en coición perfecta. Exhausta, feble, poseída por esa dulce languidez que invade al cuerpo tras el cumplido amor, Bedellia recibió los mil dólares que le entregó el sujeto, y luego le preguntó, halagada por la asiduidad con que por él era requerida: "Jamás un hombre había estado conmigo tres noches sucesivas, por lo elevado de mi tarifa, costo, tasa, cuota, honorarios o arancel. Tú, sin embargo, has pagado sin vacilar el precio. ¿De dónde eres?". Contesta el hombre: "Vengo de Poughkeepsie, condado de Dutchess, Nueva York". "¿Poughkeepsie? -se asombra la muchacha-. ¡Tengo una hermana ahí! ¡Estudia en el colegio de Vassar!". "La conozco -replica con flema el individuo-. Soy su abogado. Murió el papá de ustedes, y tu hermana me pidió que te trajera los 3 mil dólares que te correspondieron de la herencia"... FIN.