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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Estuve en Nápoles hace años, y en una librería de viejo hallé un devocionario publicado en esa ciudad a mediados del siglo diecinueve. Ahí viene esta oración latina para decirla después de un terremoto: "Omnípotens sempiterne Deus, qui réspicis terram et facis eam trémere: parce metuéntibus, propiciare supplícibus, ut, cujus iram terrae fundamenta concutientem expávimus, clementiam contritiones ejus sanantem júgiter sentiamus". En latín no se acentúan las palabras, pero les puse acento para apreciar la musicalidad de esa plegaria. La traduzco así: "Omnipotente y sempiterno Dios, que miras la tierra y la haces temblar: perdona a los que te temen; sé propicio con quienes nos espantamos de la ira que sacude los cimientos de la tierra, para que sintamos continuamente la clemencia que sana sus cuarteamientos". Busqué y volví a leer la bella rogativa cuando supe del terremoto que asoló Haití. Desde siempre los hombres han sufrido azotes de la naturaleza. Quizá por eso decidieron un día -un mal día- volverse ellos mismos azote de la naturaleza. La diferencia está en que las calamidades naturales son ineludibles, en tanto que las causadas por el hombre -contaminantes, sobrepoblación, exceso de diputados y senadores- pueden evitarse. El mundo ha de mostrar su solidaridad con Haití. Nosotros, por nuestra parte, debemos ser solidarios con esa casa nuestra que es el planeta en que vivimos. Muchas maneras hay de solidarizarnos con la Tierra, y muy sencillas: plantar un árbol; no usar esos desodorantes de aerosol que actúan contra la capa de ozono; usar siempre productos biodegradables; cuidar del agua, el suelo y el aire; proteger las especies vegetales y animales en vías de extinción. No añadamos a los desastres ineluctables que derivan de la naturaleza los que derivan de nuestra ignorancia o de nuestra ambición... ¡Bravo, columnista! ¡Inspirado este día has estado! Seguramente el planeta habrá de agradecerte que salgas a defenderlo en modo tan viril, dicho sea sin exagerar. Navega ahora por aguas más tranquilas, y narra algunos chascarrillos que sirvan para hacer menos graves las reflexiones que en nadie habrá de suscitar tu arenga... Decía un señor: "Empecé a tomar Viagra, y eso tuvo un efecto secundario: a mi esposa le volvieron aquellos dolores de cabeza que le daban todas las noches"... Murió Michín, el gato de Pepito. Se llamaba así por "micho", vocablo que sirve en México para nombrar al micifuz. Es de saberse que los antiguos mexicanos no conocían el gato doméstico. Cuando los españoles lo trajeron, nuestros antepasados aborígenes lo llamaron "mizton", o leoncillo. De ahí aquella palabra: micho. Por desgracia estas disquisiciones filológicas no evitaron que el gato de Pepito, como dije, agotara sus nueve vidas, y muriera. El chiquillo, desolado, lloraba amargamente la muerte del minino. "No llores más, hijito -trató de consolarlo su mamá-. Michín ya está en el Cielo. Se lo llevó Diosito". Con hosco acento preguntó Pepito entre sus lágrimas: "¿Y pa' qué chingaos quiere Diosito un gato muerto?"... ¿Cuál es la diferencia entre un mono de nieve y una mona de nieve? Las bolas de nieve... ¿Por qué los conejitos no hacen ruido al realizar el acto del amor? Porque tienen bolitas de algodón... Un individuo fue asaltado en una oscura calle por un sujeto que le apuntó con una pistola y le ordenó que le hiciera lo mismo que en el avión le iba haciendo Alejandra Guzmán a su amigocho. En el deliquio del placer erótico el asaltante dejó caer el arma. "¡Por favor! -clamó el otro con desesperación-. ¡Recoja la pistola y apúnteme de nuevo! ¡Si no qué van a pensar los que me vean haciendo esto!"... FIN.

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