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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El toro estaba de un lado de la cerca, la vaquita del otro. Puso en ejercicio la vaquita todas su artes de seducción vacuna, y el toro empezó a bufar y a escarbar la tierra con las patas, poseído por igniscentes ansias amorosas. Finalmente, incapaz ya de contener sus rijos, el semental tomó carrera, saltó sobre la cerca y cayó junto a la vaquita. "¡Caramba! -comentó ella con un mohín de coquetería-. ¡Se ve que traes deseo, ganas y pasión!". "Traía -gime el pobre animal con aflicción-. Todo se me quedó en la cerca"... En el restaurante del hotel los recién casados leían el menú. Le dice el muchacho a la muchacha: "¿Sabes qué se me antoja?". "-Sí -responde ella-. Y a mí también se me antoja lo mismo. Pero primero vamos a cenar"... La señora le pregunta al jardinero: "Perdone la indiscreción, Herbalio: ¿por qué le dicen a usted 'El Pájaro Loco'?". "Me da vergüenza decírselo, señora -responde apenado el individuo-. Es porque tengo 21 hijos"... El curita recién ordenado terminó las confesiones del día. Le aconseja el padre Arsilio: "Mira, hijo: si al oír alguna confesión tienes que prorrumpir en una exclamación admirativa, te recomiendo que tus expresiones de asombro sean: 'Cielo santo!', '¡Ánimas del Purgatorio!' o '¡Virgen Santísima!' o '¡Alabado sea el Señor!', y no: '¡Ah chingao!', '¡En la mádere!', '¡Uta!', '¡No manches, güey!' y '¡Ah caón!'"... Decía don Languidio: "Mi esposa y yo hemos llegado a un asombroso grado de identificación en la cama. A mí se me desapareció el apetito sexual, y al mismo tiempo se le desaparecieron a ella esos dolores de cabeza que le daban todas las noches"... Suena el teléfono en el café de chinos que estaba en el puerto. Pregunta una voz de hombre: "¿Hablo al malecón?". "¡Malecón tu pale! -responde hecho una furia el dueño del establecimiento-. ¡Habla Koo-Lon, que sel más homble que tú!"... Don Ultimio, señor de edad madura, casó con mujer joven y fogosa. Cumpliose en él la sabia sentencia popular: "Casamiento a edad madura, cornamenta o sepultura". Quiero decir que en unos cuantos meses de connubio quedó el senil consorte más seco que un carrizo; exangüe, laso, esturdido, pachucho y macilento. Su agotamiento fue tal que llegó al último extremo de la vida. En el lecho de muerte el infeliz llamó a su esposa y le dijo con feble voz que ella apenas pudo oír: "No te aflija mi muerte, Chupavita. Eres mi única heredera. Cuando me vaya de este mundo serás rica: te he dado todas mis pertenencias". "Gracias, esposo mío -agradece ella-. Así podré yo dar las mías por gusto, no por necesidad"... El joven esposo se acercó a su mujercita. A las claras se veían sus intenciones. "Pitoncio -le dice ella-, debemos tener cuidado. Me preocupa mucho el problema de la explosión demográfica". "A mí también me preocupa, mi amor -responde él acercándose aún más-. El problema es que ya traigo encendida la mecha"... Pirulina hacía un razonamiento para explicar su alegre conducta liberal. Decía con desparpajo: "Debes usar lo que te dio la Madre Naturaleza antes de que te lo quite el Padre Tiempo"... En la recepción del consultorio médico le pregunta un señor a la dama que estaba frente a él: "Dígame, señora: ¿con qué parte del cuerpo lee usted?". "Con los ojos, naturalmente" -responde amoscada la mujer. "Ah, perdone -se disculpa el caballero-. Como ya tiene usted media hora sentada encima del periódico pensé que leía con las pompas"... Decía Afrodisio, galán concupiscente: "Yo pertenezco al sexo débil. "¿Cómo es posible? -se asombra un amigo-. ¡Pero si tienes fama de conquistador! ¡Todas las mujeres se te rinden! ¿Por qué dices que perteneces al sexo débil?". Responde Pitoncio: "Porque después del tercero empiezo a cansarme"... FIN.

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