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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Capronio le dijo a un amigo: "¿Recuerdas a Nadalia, aquella compañera nuestra de la escuela, que estaba tan tan plana por delante? Pues ahora está así". Y al decir eso se puso las manos frente al pecho, con los dedos flexionados, como figurando sendos globos. Pregunta el amigo, interesado: "¿Tiene implantes?". "No -contesta el ruin sujeto-. Tiene artritis"... Babalucas se topó con uno de sus vecinos. El pobre tipo venía con la cabeza baja, triste y abatido. Le preguntó: "¿Qué te sucede?". El otro rompió en llanto. Se abrazó a Babalucas, y le dijo entre sollozos desgarrados: "¡Murió mi padre, y vengo de enterrarlo!". "No te pongas así, hombre -trató de consolarlo Babalucas-. A lo mejor ni era tu padre"... Dos individuos iban por la calle. De pronto uno profiere con alarma: "¡Caramba! ¡Allá vienen mi esposa y mi amante! ¡Vienen juntas, y del brazo!". "¡Qué gran coincidencia! -exclama el otro-. ¡Yo iba a decir precisamente lo mismo!"... Debo estar envejeciendo. Eso no me preocupa; antes bien lo agradezco, porque la alternativa -no llegar a viejo- es peor. Además siempre habrá alguien más viejo que tú. El famoso jurista norteamericano Oliver Wendell Holmes vio a una linda chica, y suspiró: "¡Quién tuviera 70 años!". Cuando dijo eso tenía 86; vivió hasta los 94. ¡Y yo ando precisamente en los 70 y pico, dicho sea sin intención segunda! Desde luego eso de envejecer no tiene chiste. Lo único que debe uno hacer es seguir respirando. Lo difícil es llegar a la edad madura sin perder la inmadurez. Quiero decir sin renunciar a esa especie de levedad de vida o desparpajo existencial que le permite a uno conservar la alegría, el amor, el entusiasmo, y el asombro ante todo y ante todos. Pero digo que estoy envejeciendo porque hay algunas cosas que otros ven muy a la ligera, y yo miro con adustez impropia de mis pocos años. Cito como ejemplo lo que sucedió en el festejo de celebración del cincuentenario del ISSSTE. El director del organismo, Miguel Ángel Yunes, iba a apagar la velita del pastel, y el Presidente Calderón le hundió la cara en el betún, como hacen los chiquillos en los cumpleaños infantiles. La ocurrencia fue muy celebrada -por tradición casi bicentenaria las ocurrencias presidenciales son siempre en México muy celebradas-, pero en la foto se ve a una Primera Dama que pareció querer evitar que su marido hiciera eso. Yo pienso que la investidura presidencial ya está muy desgastada, para encima desgastarla más. Una cosa es el solemne hieratismo con que se investían los Presidentes de antes -don Adolfo Ruiz Cortines llevaba su sombrero junto al pecho, para que nadie osara abrazar al Primer Magistrado de la Nación-, y otra muy diferente es la chocarrería, y más cuando se usa a un subordinado para lucirse, con evidente falta de consideración a la persona de quien sufrió la broma. En fin, pensamientos son éstos de setentón que quizá no entiende ya los tiempos. En todo caso, y para no faltar a la justicia y la verdad, debo reconocer que esta embarrada de pastel ha sido uno de los actos más notables y dignos de mención de cuantos ha realizado el Presidente Calderón en lo que va de su sexenio... Simpliciano y Pirulina fueron a un día de campo, y vieron a un toro y una vaca cumpliendo el rito de la procreación. Simpliciano, que ardía en urentes deseos de gozar los ubérrimos encantos de la joven, le dijo a modo de insinuación o sugerencia: "¡Cómo me gustaría hacer lo mismo!". "¨Pues hazlo -responde Pirulina-. Nada más ten cuidado con el toro"... FIN.

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