Don Juventino González, alteño de Jalisco, vivió en tiempos de Cárdenas. Tuvo un rancho que perdió por efectos de la Reforma Agraria. Solía decir: "Ahora a robar le llaman 'expropiar'". Don Juventino era hombre de a caballo. Vestía siempre de charro, y declaraba que para él primero era Dios, luego la patria, en seguida la mujer, y después el caballo. Sostenía: "Si un individuo está en su casa, y oye el taconeo de una dama por la acera, o los cascos de un caballo en el empedrado de la calle, y no se asoma a ver esas dos cosas, ese hombre está muerto en vida". Las opiniones de don Juventino en materia de política eran muy radicales. Reprochaba a Madero haber soltado "el tigre que don Porfirio tuvo amarrado durante tantos años". Se quejaba: "No sé por qué celebran tanto la Revolución, si lo único que nos trajo fue muertes, epidemias, hambre, y descomposición social". El blanco mayor de sus enconos, sin embargo, era el Presidente Cárdenas, a quien culpaba de su pobreza, pues después de haber sido exitoso agricultor que daba trabajo a mucha gente debía ahora mantener a su familia con la ordeña de seis vacas que a duras penas pudo salvar del acto expropiatorio. Contaba que cuando Cárdenas andaba haciendo campaña presidencial en Michoacán, decía a sus paisanos: "Conciudadanos: si soy ungido con el voto popular prometo solemnemente que les daré la tierra". Un indito purépecha, borracho, se abrazaba a él emocionado, y le decía: "¡Tatita, quí güeno eres! ¡Si tú nos das la tierra, yo ti rigalo una hermana!". En los siguientes pueblos Cárdenas reiteraba su promesa, y el indito se le volvía a abrazar, y repetía: "¡Tatita, si aquí también nos das la tierra, yo ti rigalo otra hermana!". Don Lázaro se molestó por fin. Le dijo al indio: "Según esto has de tener muchas hermanas". "¿Por qué, tatita?" -preguntó el otro. Respondió Cárdenas: "Porque en cada pueblo me prometes una". "La mera verdá, tatita -confesó el otro bajando la cabeza-, es que no tengo hermanas". "¿Entonces por qué andas prometiendo?" -le reprochó el candidato. "Tú también prometes, tata -replicó el indito-. Y ¿cuál tierra tienis?". Se dolía don Juventino, anciano ya, de que casi todos los buenos agricultores de los Altos de Jalisco, y quienes con ellos trabajaban, habían tenido que emigrar a los Estados Unidos para ganar la vida. Las tierras afectadas, antes extraordinariamente rendidoras, se habían convertido en un erial. "Un ratero -contaba- que nos robaba burros, gallinas y marranos, salió de la cárcel convertido en líder agrario. Anduvo en todas las expropiaciones e invasiones, y se volvió después asesino a sueldo de caciques. Al último, ya en la miseria, arrancó las puertas de mezquite de la casa y las trojes del que fue mi rancho, y las vendió. Ya para entonces, en aquel rancho que había sido tan productivo, reinaban el abandono y la pobreza"... Todo esto que aquí puse viene en un bello libro de don Antonio Márquez. Se llama "Lagos, tierra de vaqueros", y en sus páginas, llenas de anécdotas chispeantes y sabrosas, está el espíritu de la charrería, con los hechos y dichos de la noble y bravía gente de a caballo. Mi amigo Macario González, pilar en Saltillo de la fiesta charra, querido y respetado por todos, me hizo llegar esa obra, que leí con deleite, y que lleva un excelente prólogo de mi colega cronista de Lagos de Moreno, don Ezequiel Hernández Lugo. Merecen el bien de una comunidad quienes recogen sus memorias, y así evitan que el olvido se las lleve. Día vendrá en que un veraz historiador, desfacedor de mitos, hará el balance objetivo de los bienes y males que la Revolución nos trajo, con la Reforma Agraria y otros iconos emblemáticos de la que fue durante muchos años la historiografía oficial. Por desgracia ese historiador quizá también se encuentra ya en los Estados Unidos... FIN.