Dos vitandos cuentecillos aparecen hoy en esta columneja. Ambos merecen la execración de todas las generaciones: las pretéritas, las venideras y la actual. Los puse al final, pues para narrarlos debo juntar fuerzas. Léanlos mis cuatro lectores, y den constancia del extremo a que ha llegado la decadencia universal de las costumbres. He aquí, entretanto, otras historietas de menos sustancia y entidad, acompañadas de una inane reflexión que en nada alterará la faz de mundo... Babalucas veía en la tele el concurso de Miss Universo. Apareció una chica particularmente bella. Le pide Babalucas a su esposa: "¡Rápido! ¡Trae hielo! ¡Quiero congelar la imagen!"... Una infeliz mujer cuyo marido la había abandonado junto con su niño, le puso un mensaje a aquel mal hombre, pues la miseria la agobiaba: "Si no me envías 10 mil pesos me quitaré la vida, pero antes privaré de la suya a nuestro hijo". Respondió el vil sujeto: "Aquí te mando 5 mil. Al muchacho no lo toques"... La trabajadora social le pregunta al individuo: "¿Tiene usted parientes pobres?". Responde él: "Ninguno que yo conozca". "¿Y parientes ricos?". "Ninguno que me conozca a mí"... Debería volverse al tiempo en que el espíritu del federalismo se plasmaba debidamente en la Constitución, y había sólo dos senadores por cada estado, cuya soberanía representaban en el Congreso de la Unión. Actualmente está desvirtuada esa representación, y se da el absurdo de que haya senadores que ni siquiera fueron electos por los ciudadanos. Es este aberrante caso una más de las innumerables dádivas que a sí mismos se han hecho los partidos, con demérito de la calidad de nuestra vida pública. Cualquier reforma política que se haga deberá incluir el retorno al espíritu original de nuestra Carta Magna, cuyos autores, si resucitaran para sólo ello, no la reconocerían, así de parches y remiendos se le han hecho... Y ahora, he aquí los dos funestos cuentos que antes anuncié... El primero trata de un circo que presentaba un acto insólito. El apuesto domador hacía entrar en una jaula a un terrible cocodrilo. A una orden, el saurio abría las espantosas fauces, y el domador ponía entre ellas su parte varonil, con evidente riesgo de que el cocodrilo cerrara de súbito las fauces y cortara lo que en tan alto aprecio tenía el valeroso artista. Cumplida aquella hazaña, el hombre se volvía hacia el público y preguntaba con tono desafiante: "¿Hay alguien que se atreva a hacer lo mismo?". De una de las últimas filas bajaba una ancianita, al tiempo que decía: "Yo; aunque no sé si pueda abrir la boca tan grande"... El segundo deplorable relato habla de otra viejita que iba manejando su automóvil. La detuvo un oficial de tránsito. "Se pasó usted el semáforo en ámbar -la amonesta-. Tendrá que entregarme su licencia, su tarjeta de circulación, la factura de su vehículo, la póliza de seguro, la constancia del pago de su impuesto por tenencia y uso de automóvil, su copia de verificación vehicular, y sus actas de nacimiento, matrimonio y defunción. Si no me entrega usted esos papeles vendrá la grúa a llevarse su coche al corralón; pagará una multa de 900 mil pesos, será condenada a pena de prisión, y tendrá que leer las obras completas de don Vicente Lombardo Toledano". Temblorosa, pregunta la ancianita: "¿No hay alguna otra forma de arreglar esto?". "Sí -responde ceñudo, y sañudo, el oficial-. Puede darme una mordida". "Perdone usted, señor gendarme -responde muy apenada la vejuca-. No me puse las placas dentales. Pero si quiere puedo darle una lamidita"... FIN.