Aquel marido se compró un libro: "Mil y un consejos para complacer en la cama a una mujer". Le dijo su esposa: "A ti te hacen falta sólo tres: apaga la tele, no te equivoques al decir mi nombre, y no acabes tan pronto"... El encargado del zoológico de un pequeño pueblo le informó al alcalde: "Tendremos que cerrar el zoo". Preguntó el munícipe: "¿Por qué?". Responde el encargado: "Murió el pato"... Un señor le comentó a su amigo: "Leí que el 70 por ciento del hombre es agua". "Posiblemente -contesta el amigo-. Pero el 70 por ciento de mi mujer es botox, silicones, implantes y colágeno"... A mi edad me emociono fácilmente. Eso que ahora digo desde la cumbre -o casi- de mis muchos años, pude haberlo dicho cuando tenía 10, ó 20, ó 30, etcétera. Soy un sentimental, no cabe duda. Me parezco a mi tío Gamaliel, espíritu sensible que se emocionaba hasta con los anuncios de la televisión. Lloraba viendo aquella tina que al recibir el detergente hacía chacachaca. A nadie extrañe, entonces, que me haya conmovido la tarde de este último sábado, cuando asistí a la Expo Mascotas 2010, en Monterrey, a presentar el más reciente de mis libros: "Mi Perro Terry". Escribió Karla Torres, que hizo en EL NORTE la excelente crónica de mi participación: "... Fueron unas 200 personas las que solicitaron la rúbrica del autor y además le pidieron dedicatorias especiales para sus animales de compañía". Ya he dicho que el Grupo Editorial Planeta, y Diana, han hecho de mí un autor de éxito. En México y en el extranjero he firmado miles de volúmenes. Pero dedicarle un libro a un perro, o a una perrita, fue algo nuevo para mí. Pienso que no a muchos escritores les ha sido dado tan lindo privilegio. Y eso me emocionó. La reportera transcribió mis palabras: "... Nosotros somos unos recién llegados al mundo de la creación, los animales estuvieron aquí primero. Son nuestros hermanos...". Poner mi nombre junto al de uno de esos hermanitos nuestros fue como dedicarle "Mi Perro Terry" a un ángel. Gracias a Karla por su reseña amable. Gracias a quienes formaron aquella larga fila para obtener mi firma. Gracias a la gentilísima señora que desde su silla de ruedas me recitó con admirable memoria, que envidié, preciosos versos de antes. Gracias a la hermosa chica que me pidió permiso para darme un beso; y a la dama bellísima que me obsequió discos de colección; y a quienes me llevaron libros, artesanías, dulces, y me presentaron a sus hijitos, y se retrataron conmigo, y me dijeron cosas de cariño. Sigue creciendo la impagable deuda que tengo con Monterrey y con su gente... El experto en salud le manifestó al lugareño: "Analicé el agua que tienen aquí, y es de pésima calidad. ¿Qué hacen ustedes al respecto?". Contesta el individuo: "Hervimos el agua, después la filtramos, y en seguida le ponemos cloro. Repetimos dos veces la misma operación. Y luego bebemos cerveza"... Según es bien sabido, toda regla tiene una excepción. Aquella excepción andaba de mal humor, geniuda, exasperada, rabiosa, enojadiza y encrespada. Preguntó alguien: "¿Por qué anda así esa excepción?". Aventuró otro: "Ha de tener su regla"... Dulcilí, estudiante de violín, iba a salir con un muchacho. "Cuídate de ese hombre -le indicó su madre-. Tiene aire de animal salvaje. Lo primero que hará será lanzarse sobre ti". Cuando a la medianoche llegó a su casa la inocente joven, le dijo a su mamá que su temor se había confirmado. Le pregunta, indignada, la señora: "¿Y no hiciste nada para evitarlo?". "Sí, mami -gime ella-. Como siempre me has dicho que la música amansa a los animales salvajes llevé conmigo mi violín. Pero ni tiempo me dio de sacarlo del estuche"... FIN.