Doña Panoplia, dama de sociedad, vivía entre susidios. (Pido a mis correctores que no me cambien esa palabra, "susidios", por "subsidios". Subsidio es prestación, auxilio; susidio, en cambio, es inquietud, zozobra. Después de esa justa y necesaria aclaración, prosigo). Doña Panoplia vivía entre susidios, pues sospechaba que su marido le era infiel. Un día le encontró un cabello rubio en la solapa. Seguramente, receló, la amante del infiel era una güera. Otro día le halló un cabello negro. Tuvo la certidumbre entonces de que la entretenida de su esposo sería una mujer de cabellera bruna. En otra ocasión no le encontró ningún cabello. Sospechó: "Ahora se está viendo con una mujer calva". A fin de comprobar el seguro adulterio del truhán, doña Panoplia llamó a Sniffing Pry, famoso detective . (Fue él quien descubrió la verdadera naturaleza de la relación entre Sherlock Holmes y Watson). Le pidió que siguiera a su marido, y le informara de sus movimientos en forma pormenorizada. Al día siguiente Pry rindió su informe. "Su esposo salió de la casa a la una de la tarde. Fue a un bar de lujo. Luego se dirigió a un discreto motelito situado en las afueras de la ciudad". Inquiere doña Panoplia hecha una furia: "¿Con quién iba?". "Con nadie -responde flemáticamente el detective Pry-. La estaba siguiendo a usted"... Decía Capronio, ruin sujeto: "El otro día fui a consultar a una adivinadora del porvenir. Hablé con ella una hora, y nunca adivinó que no le iba a pagar"... Don Carcamo, señor octogenario, casó con Nalgarina, mujer frondosa y en plena flor de edad. El geriatra del añoso caballero le pidió a la novia que en el hotel pidiera habitaciones separadas, pues temía que don Carcamo feneciera si a sus años se entregaba a los deliquios de la pasión carnal. Así lo hizo Nalgarina: en el hotel solicitó un cuarto para ella y otro, al lado, para su flamante esposo. Sucedió que apenas la recién casada apagó la luz para dormir oyó unos leves toques en la puerta. La abrió, y he aquí que ahí estaba don Carcamo. Sin decir palabras el maduro señor tomó a Nalgarina en sus brazos, como Rhett Butler a Scarlett O'Hara en "Lo que el viento se llevó", la depositó en el lecho y ahí le hizo el amor cumplidamente, con vehemencia de joven semental. Después, sin decir palabra, salió del aposento. Exhausta y satisfecha -y además asombrada-, Nalgarina se dispuso a dormir. Pero no bien había cerrado los ojos cuando otra vez oyó toquecitos en la puerta. Ahí estaba de nuevo don Carcamo. Volvió a cargarla en los brazos, la llevó a la cama, y por segunda vez la transportó al éxtasis de la amorosa plenitud. Terminado el fragoroso trance el añoso galán salió en silencio, como la vez pasada. Y ahí no acabó todo. Pasado un cuarto de hora regresó don Carcamo, y obsequió a Nalgarina una tercera muestra de su erizado rijo varonil. Cumplida la ocasión le dijo ella a don Carcamo: "¡No lo puedo creer! Tienes la fuerza erótica de un joven de 20 años. ¡Hasta parece que has bebido las miríficas aguas de Saltillo! Me has hecho el amor en tal manera que dejaste al Kama Sutra en calidad de abecedario elemental. ¡Y no una sola vez, sino tres veces!". Al escuchar aquello don Carcamo se sorprende. Le pregunta con voz llena de inquietud: "¿Quieres decir que ya había estado antes aquí?". (No me sorprende tu desmemoria, venturoso valetudinario. El supremo hacedor dotó al varón con dos órganos de importancia capital, pero le dijo que no podrían funcionar los dos al mismo tiempo: cuando uno de ellos estuviera actuando el otro quedaría inhabilitado, y viceversa. Eso es fuente de muchos problemas para el hombre. Tu olvido fue uno de ellos)... FIN.