Susiflor, muchacha en flor de edad, tenía novio. Su tía Loretela, añosa, célibe, y doncella, conservaba el romanticismo del pasado. Leía a Campoamor; recitaba poemas de Nervo; oía antiguos valses mexicanos -"Recuerdo", "Julia", "Olímpica"- interpretados en salterio, y antes de salir a la calle ponía los brazos en alto, para que la sangre fluyera hacia abajo y así sus manos adquirieran aquella palidez de cirio, languidez de lirio y palpitar de ave que Urbina describió en su madrigal. Usaba la tía Loretela ciertas delicuescencias de lenguaje. Cuando Susiflor le dijo que ya tenía seis meses de novia con aquel muchacho, ella exclamó en emotivo arrebato: "¡Ese joven te ha tocado el corazón!". Cuál no sería su desencanto cuando Susiflor le respondió: "Tía: eso es lo único que no me ha tocado". Los tiempos ya son otros, ciertamente. Priva en todo el mundo un hedonismo materialista que me perturba mucho, sobre todo porque no sé qué significa "hedonismo". Aunque se vean camiones con el letrero: "Transporte de valores", lo cierto es que los valores han desaparecido ya. Si alguien ve alguno le suplico me avise, para hacerle una entrevista. Cierto señor le comentó a su amigo: "Mi hija va a trabajar en un antro. De perdida ganará 5 mil pesos al mes". "No -acota el otro-. De perdida ganará mucho más". Y ¿qué decir de la política? Está convertida en un cenagoso lodazal, pantano inmundo o impúdico fangal (a escoger). Es vergonzoso lo que hacen en lo oscuro los políticos, y más vergonzoso aún es lo que hacen a la luz. Cuando sus trapacerías quedan al descubierto fingen estar al margen de ellas. El Presidente, sobre todo, jamás las conoció, instalado como está en el mejor de los limbos posibles, nirvanático sitio en el que nada se ve y nada se oye. ¡Cuánto progresaría este país de no ser por el exceso de política que padecemos, política de la que nada bueno sale, y en la que tantos males se originan! No digo más: por el enojo mi pulso se ha alterado, y siento palpitaciones en la sien. Si no cambio de tema puede sobrevenirme un váguido -así, esdrújulo-, y los médicos deberán ponerme moxas, radical método de curación por medio de sustancias inflamables, para sacarme del soponcio... Pirulina era libresexadora. A nadie negaba nunca un vaso de agua. Lo que natura le había dado, ella lo prestaba a todos. Un día sintió escrúpulos de conciencia. De niña había estudiado con las adoratrices, y ellas le entregaron, junto con el certificado, un sentimiento de culpa garantizado de por vida. No podía, por ejemplo, participar en una orgía sin sentir de inmediato vivas ansias de ir a confesarse, a fin de poder asistir a la siguiente. Después de una de sus pesadas liviandades fue la citada Pirulina a confesarse con el padre Arsilio. Le dijo el bondadoso sacerdote: "Hija mía: en caso de duda, abstente". Replicó ella: "Lo malo es que nunca dudo, padre"... El paciente le pregunta con inquietud al médico: "¿Qué tengo, doctor? ¿Qué tengo?". Responde el facultativo: "Por ahora no se lo puedo decir. No quiero inquietarlo, pero pondré el diagnóstico en mi informe. Dígame: 'sífilis' ¿se escribe con ese o con ce?"... La señora había hecho un viaje, y llegó a su casa antes de lo esperado. Halló a su marido en el lecho conyugal en trance de coición con una tórrida morena: "¿Qué es esto, Verrondino? -le preguntó con gemebundo acento-. ¡Tú me juraste que yo sería el único amor en tu vida!". "En mi vida sí -reconoció el cínico sujeto-. Pero no en la vida de ella"... Don Algón, salaz ejecutivo, le dice a su nueva secretaria: "De mis colaboradoras cercanas, señorita Rosibel, yo espero que tengan amplias tres cosas: caderas, busto y -sobre todo- criterio"... FIN.