Hay tres clases de personas que hacen preguntas embarazosas o difíciles de contestar: los niños, las esposas y los abogados. Cuando un niño empieza a preguntar, te das cuenta de lo poco que sabes tú. Cuando una esposa empieza a preguntar, te das cuenta de lo mucho que intuye ella. Por lo que hace a los abogados, las preguntas que hacen son siempre obvias, y las preguntas obvias son las más difíciles de contestar. Doña Uglilia le preguntó un día a su marido: "Si entraras un día en la recámara y me vieras en la cama con otro hombre ¿qué harías?". El señor contesta sin dudar: "De inmediato me subiría al ropero". "¿Al ropero? -se extraña doña Uglilia-. ¿Por qué te subirías al ropero?". Responde él: "Para que no me mordiera el perro del pobre ciego". (Más presencia de ánimo tuvo en ocasión parecida el famoso Duc de Richielieu (1766-1822). Sorprendió a su esposa en trance adulterino, y le dijo con toda calma estas palabras: "Debe usted ser más cuidadosa, madame. ¿Qué tal si hubiese sido otro el que la hallara así?")... Susiflor casó con Vehementino Pitorreal. Cuando los felices novios regresaron de su luna de miel, la mamá de Susiflor le preguntó qué había visto en el curso del viaje. Contestó ella: "El techo de la habitación estaba pintado de color beige". "¿Ah sí? -se sorprendió la señora al oír aquella respuesta peregrina-. Y ¿qué más viste?". Responde la muchacha: "El techo tenía una pequeña grieta en la parte central". Otra vez la mamá quedó suspensa al escuchar aquello. Volvió a inquirir: "Sí, pero ¿viste algo más?". Le dice Susiflor: "También tenía el techo dos pequeñas manchas de humedad en una orilla". La señora se impacientó. "¿Por qué -le preguntó a su hija- no haces más que hablar del techo de la habitación?". Explicó ella: "Porque eso fue lo único que vi en todos los días que duró la luna de miel". ¡Insaciable novio! Ahora me explico tu nombre: Vehementino Pitorreal... Don Hamponio recibió una larga condena por haber asaltado varios bancos. Su esposa lo visitó un día en la cárcel, y le dijo: "Hamponio: nuestros hijos ya no son unos bebés, y están empezando a hacer preguntas". "¿Ah sí? -se inquietó él-. ¿Qué clase de preguntas hacen?". "Por ejemplo -respondió la señora-, quieren saber dónde escondiste el dinero que robaste en los bancos"... El elegante caballero se vuelve en el elevador hacia la chica que tenía a su espalda, y le pide con enojo: "Por favor, señorita: no me esté usted empujando". "No lo estoy empujando -se defiende ella-. Estoy respirando". (La muchacha poseía tetamen abundoso. Después se supo que medía 1.20 de estatura. Acostada)... En tono quejumbroso le dice la señora a su marido: "Te olvidaste del aniversario de nuestro matrimonio". "Tienes razón -admite él-. No soy hombre que guarde rencores"... Don Languidio había perdido todo interés en el acto conyugal. Su esposa oyó decir que una inyección de glándulas de mono haría el milagro de que su flébil marido volviera a sentir la llama del deseo, de modo que lo llevó a una clínica especializada en aquel vigoroso tratamiento, y ahí le inyectaron a don Languidio las mencionadas glándulas monescas. Seguidamente el galeno lo envió a casa, seguro de que la esposa del paciente gozaría en adelante los inefables deliquios que derivan de la intimidad. Al tercer día, ansioso por conocer el resultado de la prescripción, el facultativo tomó el teléfono y le preguntó a la señora: "¿Cómo se ha comportado su marido? ¿Dieron resultado las glándulas de mono?". Responde la señora: "Lo sabré cuando Languidio acabe de echar maromas en el candil"... FIN.