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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Procuro ser un hombre de palabra. Pero no a la manera de aquel tipo que proclamaba con voz firme: "Soy hombre de una sola palabra: rájome". Si por deber trato de ser un hombre de palabra, por vocación soy hombre de palabras. No sólo vivo de ellas: también las palabras me enamoran y seducen. Leo los diccionarios como se lee una novela de aventuras; encuentro en ellos cosas de misterio; insospechadas tramas de orígenes remotos; extrañas relaciones; joyas rutilantes que premian mi inofensiva búsqueda de quincalla filológica. Por eso pongo en mis artículos, a más de palabras, palabros. Un palabro -define la Academia- es una palabra estrambótica. Cierta áspera persona me dijo un día, a bocajarro, que mi estilo es ampuloso. Respondile (sin acento): "Perdone usted, señora: mi estilo podrá ser rimbombante, magnílocuo, bombástico, altitonante, campanudo y mayestático, pero ampuloso no es". Lo cierto es que me divierto mucho intercalando en mis parágrafos algunos olvidados arcaísmos, como "parágrafo", y desusados voquibles, como "voquible". Hoy, por ejemplo, usaré dos palabrejas: entelequia y ectoplasma. Poco se emplean en estos tiempos de indigencia oral en que casi no se oyen ya otras palabras a más de "güey", " o sea" y "'ora sí que...". Una entelequia es algo irreal. Un ectoplasma es la apariencia de algún ser. Pues bien, la izquierda mexicana es ambas cosas: un ectoplasma y una entelequia. En realidad no tiene realidad. Es una agrupación difusa y confusa de tribus autónomas, cada una de las cuales tira para su lado y por su lado. Esperar que esa corriente tan sin cauce llegue unida a la elección del 2012 es esperanza inútil. Lo veremos. Más bien: no lo veremos... El señor Goldstein estaba en el lecho de muerte. Llama a su hijo mayor, y le muestra su reloj de oro, con leontina de lo mismo. Le dice con voz feble: "Hijo mío: recibí este reloj de mi padre; mi padre lo recibió de mi abuelo, y mi abuelo de mi bisabuelo, que a su vez lo recibió de su padre. ¿Entiendes el valor que tiene este reloj para nuestra familia?". "Sí, padre mío -responde el hijo, conmovido-. Entiendo el altísimo valor que para nuestra familia tiene ese reloj". Y dice entonces Goldstein: "Te lo vendo"... Babalucas decidió ser escritor. Pasó un mes, y le confió a un amigo: "No he podido escribir ni una palabra". El amigo lo tranquilizó: "Quizá no te ha llegado aún la inspiración". Pasó otro mes, y Babalucas le dijo a su amigo: "Ya descubrí por qué no podía escribir nada". "¿Por qué?" -se interesa el otro, que en su juventud había leído "Los arcanos de la creación artística", de Zweig. Declara el tonto roque: "Tenía la pluma al revés"... Un viajante de comercio -he ahí otro arcaísmo- iba en su coche por una carretera, y atropelló al gallo de una granja, del cual no quedó sino un vuelo de plumas. Detuvo el hombre su vehículo, y fue a hablar con el granjero. Le dijo, consternado, al tiempo que echaba mano a la cartera: "Señor: tuve la malaventuranza (¡Uta! ¡Un arcaísmo más!) de atropellar a su gallo. Permítame reemplazarlo". "Proceda usted -autorizó el granjero-. Ahí andan las gallinas"... Llegó un sujeto al más allá. Le preguntó San Pedro: "¿Cuál fue la causa de tu fallecimiento?". Responde el individuo: "Morí de tos". "Extraña muerte es ésa -declara el de las llaves-. No he sabido de nadie que fallezca por causa de la tos". "Yo sí -reitera el tipo-. Estaba en la alcoba de una mujer casada. Llegó el marido; me escondí en el clóset. Y tosí"... FIN.

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