El Príncipe Azul fue encantado por el Hada Mala. En virtud de ese encantamiento el Príncipe podía decir solamente una palabra al año. Si no la decía, al siguiente año podía decir dos palabras, y así sucesivamente. Conoció el Príncipe Azul a la Bella Durmiente, y se prendó de ella. Decidió juntar palabras para poder declararle su amor. Así, pasó siete años sin hablar. Finalmente besó en los labios a la hermosa joven para despertarla. Abrió la doncella los ojos, y el Príncipe Azul le dijo todas las palabras que para la ocasión había ahorrado: "Te amo, Bella Durmiente. ¿Quieres casarte conmigo?". Ella, todavía adormilada, le contestó: "¿Qué?"... Debemos hacer una nueva Constitución. Esto que digo no es una iniciativa al Congreso. Las iniciativas que ante el Congreso se presentan están ineluctablemente condenadas a dormir el sueño eterno, igual que la Bella Durmiente, sin Príncipe Azul, ni de ningún otro color, que las despierte. Tampoco lo dicho es una propuesta. ¿Quién soy yo para andar por ahí haciendo propuestas? Corro el riesgo de que al ir por la calle me señale la gente y diga con severidad: "Ése anda por ahí haciendo propuestas". Lo que digo es siemplemente una observación motivada por la cojera -si no parálisis- legislativa que México padece. Los rígidos controles del Estado sobre la economía, una de las más nocivas derivaciones del texto constitucional, se extienden también a la tarea de legislación, la cual no está en manos de los ciudadanos, sino de los partidos. Éstos son -dice la ley- entes de interés público, pero han llegado a ser en verdad entes de público desinterés, pues nada les importa el bien comunitario, y miran sólo a su propia conveniencia. Constitución estatista es la que tenemos. Deberíamos hacer que regresara el espíritu liberal que tenía nuestra ley máxima antes de que una minoría de radicales se apoderara de ella y la convirtiera en un instrumento de control estatal. Pese a todos los cambios de los tiempos, en México el ciudadano sigue siendo súbdito que sólo tiene garantías individuales y derechos porque se los "otorga" esa ley, expresión de la suprema voluntad de un Estado omnímodo y todopoderoso. Y ya no digo más, porque ante palabras como "todopoderoso", "omnímondo" y "suprema" me pongo siempre muy nervioso: las sienes me empiezan a temblar, siento palpitaciones en el corazón, y un calosfrío me recorre toda la espina vertebral, desde la nuca hasta no quiero decir dónde. Mejor aquí suspendo el comentario... Aviso importante: sigue ahora un chiste barbárico cuya lectura es sólo para gente sin tiquismiquis de estrecha moralina. No pertenece a ese grupo doña Tebaida Tridua, a pesar de lo cual leyó el citado chascarrillo. La consecuencia fue fatal: la ilustre dama, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, sufrió un accidente súbito de espasmo rectoabdominal, con fervescencia y estilicidio urémico. Hubo de tomar repetidas dosis de jarabe de gurjún, mixtura oleobalsámica parecida al licor de Fioravanti, recomendada para casos extremos de insultos espasmódicos. Si mis cuatro lectores no quieren exponerse a tan penoso síndrome, absténganse de leer esta vitanda historia... Un individuo llegó a una farmacia y pidió un paquetito de condones. Le dijo con sonrisa traviesa al farmacéutico: "Hoy es el cumpleaños de mi novia, y a la noche voy a hacerle un regalito". Sonríe también el farmacéutico, y con un guiño cómplice le pregunta al tipo: "¿Quiere usted que le envuelva para regalo la caja de condones?". "No -replica el individuo-. Ellos precisamente son la envoltura del regalo". (No le entendí)... FIN.