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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En tiempos de Belmonte, gran señor de la fiesta brava, vivió un torerillo a quien llamaban "El Remendao", pues traía siempre la ropa remendada a causa de los constantes achuchones que le daban los novillos. Más valor que arte y destreza poseía "El Remendao", y pasaba más tiempo en el aire, o revolcado, que frente a los animales. Solía decir que en el ruedo había que estar "echao p'alante", porque el toreo era "na' más cuestión de güevos". Belmonte lo quería bien, por las desdichas que sufría en los cosos, y lo había tomado bajo su protección. Le dijo un día, sin embargo, con el tartamudeo con que hablaba: "O-o-oye, Re-Remendao: la-la próxima vez que to-torees quie-quiero que ha-hagas una cosa". "Ordene usté, maestro" -respondió él. "A-arrima el to-toro al bur-burla-burladero, y luego a-agáchate". "¿Pa' qué, don Juan?" -se extrañó el Remendao. Le contestó Belmonte: "Pa' que ve-veas que tie-tiene más güe-güevos que tú". Efectivamente, en el toreo se enfrenta la razón con el instinto. Todos aplaudimos la energía con que Felipe Calderón emprendió la lucha contra el crimen organizado. Los hechos, sin embargo, están mostrando que ese combate es más cuestión de Inteligencia -en el sentido militar y policiaco de la palabra- que de aplicación pura de la fuerza. La anécdota de Belmonte ilustra el caso... El próximo viernes ha sido fijado como fecha para la aparición en esta columneja del deplorable chascarrillo intitulado "Penas y Alegrías del Amor". Ese relato es extremadamente majadero: en una escala de sicalipsis de 0 a 10 obtuvo una calificación de 904. Las personas con principios de moral podrán comprar tal día este periódico, o recibirlo por vía de suscripción, pero deberán abstenerse de tocarlo, y volver sus páginas sólo con una pinza, vara o artilugio semejante, a fin de no salir inficionados por la escabrosidad de dicho cuento... Don Astasio, el esposo de doña Facilisa, iba a ser sometido a una intervención quirúrgica. Antes de entrar en la sala de operaciones le pide con inquietud al cirujano: "Doctor: veo por aquí muchos médicos jóvenes. Mientras me opera usted ¿podría alguien echarle un ojito a mi señora?"... En una librería la señorita Peripalda, catequista, hojeaba -y ojeaba- con morosa delectación las páginas copiosamente ilustradas de los libros que trataban de sexualidad. Como tenía ya más de dos horas entretenida en esa contemplación, el librero se dirigió a ella y le preguntó: "¿Puedo ayudarla en algo?". Sobresaltada, la señorita Peripalda le preguntó: "¿Son éstos los libros sobre religión?". "No -le responde con sequedad el de la tienda-. El anaquel de Religión es el de al lado. Usted está en la sección correspondiente a Sexo". "¡Oh, qué equivocación! -exclama la señorita Peripalda, ruborosa-. ¡Me pasé por una letra!"... En el rancho hacía un frío que calaba hasta los huesos. Envueltos en sus cobijas, y recargados en la pared externa de un jacal, dos compadritos tiritaban sin poderse calentar. Le dice uno al otro: "Oiga, compadre: he oído decir que con un dedo allá donde le platiqué se quita el frío". Responde con asombro el otro: "¿Será posible, compadre? ¡Haiga cosas! A ver, voy a probar". "No -aclara el otro-. Tiene que ser con dedo ajeno. Usted me quita el frío a mí, y yo a usted". Así lo hicieron. Y en efecto, el remedio probó ser cierto y eficaz: a los dos los invadió un grato calorcillo, y pronto se quedaron bien dormidos. Pero en aquella tibieza a uno de los compadres el dedo se le empezó a deslizar de donde estaba. Despierta el otro, y le reclama con enojo: "¡Epa, compadre! ¡No descobije"... FIN.

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