Pepito iba a cumplir 5 años. Su papá, contratista de la construcción, le preguntó qué quería como regalo de cumpleaños. Respondió el chiquillo: "Quiero un hermanito". "Hijo -sonríe el señor-. Falta sólo una semana para tu fiesta. En ese tiempo no puedo tenerte listo el hermanito". Sugiere el niño: "¿Por qué no haces como en el trabajo? Contrata más hombres para que te ayuden a terminar a tiempo la obra"... El hotel se estaba incendiando. Por la alta escalera subió un bombero a bajar a la señorita Himenia, madura célibe soltera, que estaba en la ventana mientras el edificio ardía. Vuelve a descender el apagafuegos, y le informa a su jefe: "La señorita dice que quiere al bombero alto, moreno y de bigotitos"... "Ya no hay religión". Con esa frase contundente mi amigo Miguel Ángel describe nuestros calamitosos tiempos. En efecto, parece que en el mundo del espíritu ha habido también sobrecalentamiento, y se están derritiendo las buenas costumbres y la moralidad. Precisamente acabo de ver una buena costumbre derretida, y la visión, créanmelo, es sumamente deplorable. Aún no me repongo de la penosa impresión que me causó el suceso. Estoy poseído por un sentimiento de melancolía que me trae -aunque se escuche mal- cogitabundo. Pero mi amigo acierta: ya no hay religión. Si alguien necesita una prueba de eso podrá encontrarla aquí, mañana, en la publicación del funesto relato "Penas y Alegrías del Amor", calificado ya como el cuento más rojo aparecido después del equinoccio vernal, o sea de primavera. Léanlo mis cuatro lectores, si no temen quedar, igual que yo, cogitabundos... Estoy contento. Mi iglesia -la católica-, de la cual soy devoto, se reconcilió por fin con los Beatles, de los cuales soy más devoto aún. (En cierta ocasión, al dirigir la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Nuevo León, dije desde el podio que la música tiene cuatro grandes B: Bach, Beethoven, Brahms y los Beatles. Al oír eso el público rompió a aplaudir, entusiasmado). "L'Osservatore Romano", publicación oficial del Vaticano, puso en sus páginas estas palabras: "... Es cierto: ellos usaron drogas... (y) vivieron una vida disoluta... Incluso dijeron que eran más famosos que Jesús. Pero al escuchar sus canciones todo eso parece distante y sin importancia...". Celebro esa declaración, que pone el amor a la belleza por encima de los convencionalismos religiosos... La esposa de Birjanio asistió a la cena de su generación en el colegio de las madres Trifaldinas, y le encargó al marido que en su ausencia cuidara al hijo de ambos. Para desdicha de Birjanio la celebración cayó en jueves, día que él dedicaba a la partida semanal de poker con sus amigos. (Jamás ganaba, pero ya se sabe que al jugador que pierde y sigue jugando nunca le faltan amigos). A fin de no suspender la reunión Birjanio invitó a los de la partida a ir a su casa. Sucedió que su hijo, muchacho adolescente, no los dejaba jugar en paz. Por encima del hombro de cada uno miraba las cartas que tenía, y hacía inoportunos comentarios sobre lo que el jugador debía hacer. (Lo mismo en el juego que al cambiar una llanta nunca hay mirón indejo). Birjanio reprendía a su hijo; con duras palabras le pedía que se fuera a su cuarto. El mozalbete, sin embargo, no hacía caso, y seguía jeringando. Uno de los asistentes se levantó de la mesa y salió con el muchachillo. Regresó poco después, y la partida continuó ya sin interrupciones hasta su final. El adolescente no volvió a aparecer. Birjanio le preguntó a su amigo: "¿Cómo hiciste para que mi hijo nos dejara ya jugar en paz?". Responde el otro: "Lo enseñé a jugar consigo mismo"... FIN.