Quien sufra tiritones de moral no debe leer el cuento que abre hoy el telón de esta columnejilla. Menos aún deben posar en él los ojos quienes militan en la izquierda radical o en la derecha ultramontana, pues esos dos extremos se juntan en el puritanismo, y son intolerantes por igual. Nadie, por ejemplo, ha tenido tan grande fobia a los homosexuales como el ala conservadora del catolicismo y el régimen comunista de la Cuba de Castro. Por eso cuando se trata de huir de los extremos yo soy un extremista, y busco el equilibrio con más afán que los Walenda, aquellos alambristas prodigiosos. El chiste que ahora escribo, sin embargo, no es nada ponderado; antes bien roza los límites de la impudicia. Si lo público es sólo porque la libertad debe de ser libre. He aquí el mencionado chascarrillo... Dos amigos visitaron la capital de los Estados Unidos, y fueron a ver el obelisco a Washington. Le dice el uno al otro, jactancioso: "De ese tamaño es lo que tengo en la entrepierna". El amigo, al oír esa declaración, se puso a medir pasos en torno del ingente monumento. "¿Qué haces" -le preguntó, extrañado, el primero. Responde el otro: "Estoy calculando el tamaño de lo que debe tener en la entrepierna tu señora"... No nos preguntemos si hay vida inteligente en otros planetas: preguntémonos si hay vida inteligente en éste. Un ser extraterrestre vería como locura el hecho de que Obama quiere entrar en contacto con Marte, y al mismo tiempo levanta un muro para evitar el contacto con su vecino de al lado. Es procedente, entonces, la inquietud que la canción expresa: "Humanidad: ¿hasta dónde nos vas a llevar?". Yo de mí puedo decir que mientras más contemplo al hombre, menos me gusta. (Lo contrario me pasa cuando contemplo a la mujer)... En el Edén le pregunta Adán a Eva: "¿Me amas?". Responde ella, malhumorada: "Claro que te amo. ¿Qué otra opción tengo?"... Babalucas le dice a un amigo: "Estoy leyendo esta novela. Es muy interesante". Pregunta el otro: "¿De qué trata?". Responde el badulaque: "De todas las cosas". El amigo hojea el libro, y luego le aclara a Babalucas: "No es novela. Es diccionario"... Mientras nadaban fatigosamente y daban grandes saltos para remontar las furiosas cataratas del caudaloso río, un salmón le dice a otro: "¡Esto es ridículo! ¿Por qué no podemos reproducirnos corriente abajo?"... En el cine un tipo le comenta a su vecino de asiento: "Estuve viendo a su perro, y observé con sorpresa que siguió paso a paso el argumento de la película en forma muy inteligente. Se conmovía en las partes tristes; meneaba el rabo en las alegres, y bostezaba cuando la trama se ponía aburrida. ¡Esto es verdaderamente asombroso!". "Sí -responde el dueño del perro-. Sobre todo tomando en cuenta que el libro no le gustó nada"... Don Leovigildo tenía un compadre guapo y bien plantado. Era un adonis el compadre: de estatura procerosa, mostraba músculos de atleta. A su lado el David de Miguel Ángel parecía aquel alfeñique de 44 kilos que Charles Atlas fue antes de hacer sus ejercicios de tensión dinámica. Cierto día don Leovigildo vio, azorado, que su esposa iba con el compadre en el convertible de éste, un Lamborghini rojo. Los siguió, y los vio entrar en el Motel Kamagua, lugar de encuentros furtivos para amantes. Ocupó la pareja un cuarto con jacuzzi, y por una rendija en la ventana don Leovigildo pudo ver cómo el compadre se desvestía y dejaba al descubierto sus perfecciones de varón; la armonía de sus cuidadas proporciones; la firmeza de su musculatura. La señora también empezó a quitarse la ropa, y al hacerlo ofreció a la vista todas las variedades de celulitis que hay, y sus bubis caídas, igual que lirios desmayados, hasta la cintura. "¡Caramba! -pensó don Leovigildo, consternado-. Tendré que disculparme después con el compadre. ¡No estamos a su altura!"... FIN.