Los amigos estábamos un día en "Sol y Luna", excelente restorán de mi ciudad, Saltillo. De súbito se abrió la puerta, y apareció en ella, recortada contra la luz de la mañana, una figura masculina que se detuvo ahí y paseó luego una mirada altiva por la concurrencia, como buscando a alguien. "Miren qué hombre -les dijo fascinada a sus amigas una señora que estaba en la mesa de al lado-. Ha de ser torero". Lo era, ciertamente. Quien así había aparecido, igual que por la puerta de cuadrillas para salir al ruedo, era Rodolfo Rodríguez", "El Pana", autor del más hermoso brindis que en mi opinión se ha hecho en toda la historia de la torería: brindó la muerte de un toro a las prostitutas -él dijo la palabra con ahorro de letras-, daifas y mesalinas -usó esas voces culteranas-que le dieron de comer y de coger cuando era un pobre torerillo que se moría de hambre y de deseos. En "El Pana" se cumple cabalmente el viejo dicho según el cual el torero no sólo debe serlo: también debe parecerlo. Ese mismo decir ha de aplicarse al presidente de un país. Tiene una investidura en la cual encarna la dignidad de la nación a cuyo frente está. Si por mí fuera, los presidentes mexicanos llevarían siempre la banda tricolor, a fin de no olvidar jamás la representación que portan. Lo digo por el convite que Calderón le hizo a Joaquín Sabina. De esa invitación salió engrandecido el invitado, y empequeñecido el invitador. Sucede que el artista había llamado "ingenuo" al Presidente, y eso motivó una alusión del aludido, una respuesta oficial de la Secretaría de Gobernación, y la invitación a una comida en la residencia presidencial de Los Pinos. Sabina es un notable cantautor, pero no es un estadista o jefe de Estado cuyas palabras ameritaran una reacción así. Debió don Felipe aprender del buen Jesús: los Beatles dijeron una vez que eran más populares que Él, y Nuestro Señor guardó silencio, como hizo ante Pilatos. Pero este maldito complejo de inferioridad que los mexicanos padecemos nos hace dar importancia desmedida a lo que dice o hace un extranjero, y tratar a lo nuestro con desdén. Muy amenguada está ahora la figura presidencial. La "máxima magistratura" de otros tiempos tiende hoy a lo minimalista. Con este episodio Calderón redujo más la estatura de la Presidencia, la suya propia, y la de su país... Astatrasio Garrajarra le ordena al cantinero: "Sírveme un Menos doble". Replica el barman: "No creo que tengamos la bebida. Ese 'Menos' ¿es un cóctel? ¿Es un licor?". "Ni idea -contesta Garrajarra-. Sólo sé que el médico me dijo que tomara Menos"... La señora Alteh, judía ella, le pregunta a su vecino de asiento en el avión: "¿Es usted judío?". Responde el tipo: "No". Insiste la señora: "¿De veras no es usted judío?". "No" -vuelve a decir el individuo. "Estoy segura de que es usted judío" -afirma ella. Responde con impaciencia el individuo: "Ya le dije, señora: no; no soy judío"."¿Por qué lo niega?" -se irrita la mujer-. Claro que es judío". "Está bien -suspira el otro dándose por vencido-. Si eso la hace feliz, sí, soy judío". "Pues qué raro -dice entonces la señora Alteh-. No tiene usted tipo de judío"... Un hombre a medio ahogar quedó tendido sin conocimiento sobre la arena de la playa. El salvavidas de un hotel acudió en su auxilio, y poniendo su boca sobre la del desdichado empezó a aspirar a efecto de sacarle el agua de mar que había tragado. Con el agua salían también algas, arena, pequeños peces, conchar marinas, y aun cangrejos. Aspiraba y aspiraba el salvavidas, y salían más cangrejos y conchas, más arena, más pececillos y algas. Acertó a pasar por ahí un borrachín, y le dice al salvavidas: "Ya no saldría más agua, arena y lo demás si al hombre le sacaras del agua el otro agujero"... FIN.