Pepito cumplió 10 años de edad, y su papá pensó que había llegado ya el momento de revelarle los misterios del sexo. Así pues lo llamó aparte y le habló solemnemente: "Quiero decirte algo acerca de aquello que te conté una vez, lo de las abejitas y los pajaritos". "¡No! -rompió a llorar el niño-. ¡Por favor no me lo digas!". "¿Por qué?" -se sorprendió el señor. Explica entre lágrimas Pepito: "Cuando cumplí 5 años me confesaste que no había ratón de los dientes. Cuando cumplí 6 me revelaste que no era cierto lo de la coneja de Pascua. Al llegar a los 7 supe por ti que Santa Clos era mentira. Si ahora me dices que no existe el sexo, me vas a quitar la única razón que tengo para seguir viviendo"... Las señoras intercambiaban quejas acerca de sus respectivos maridos. Todas coincidían en un punto: sus esposos eran mujeriegos; aun a riesgo de hacer el ridículo perseguían muchachas. Una de las señoras, sin embargo, dijo: "Yo estoy segura de que mi gordo no es infiel''. "¿De veras? -se asombran las demás-. ¿Por qué lo crees?''. Explica la señora: "En primer lugar, tiene una sólida formación moral. En segundo, respeta mucho la institución del matrimonio y la familia. Y en tercer lugar ya no funciona''... La directora del colegio de señoritas llamó a la prefecta de disciplina y le dijo con preocupación: "Maestra Perséfona: en este mes siete de nuestras alumnas han salido embarazadas. Algo está en el aire. ¿Qué cree usted que sea?''. "No sé, directora -responde la prefecta-. Lo que está en el aire han de ser las piernas de las muchachas''... Los mexicanos vivimos aferrados a nuestras mentiras. Celebramos este año el bicentenario de la Independencia, que en verdad se hizo -que no se consumó- en 1821. Ciertamente toda nación tiene sus mitos. Pero una cosa es la mitología y otra muy diferente la mitomanía. El México del futuro desechará seguramente muchos de los dogmas nacionalistas que recibimos como parte de una historiografía que nos fue impuesta por intereses extranjeros -los del país del norte-, y por un sistema diseñado para poner al Estado por encima del bien de la persona humana. No seremos mexicanos de verdad sino hasta que aprendamos a prescindir de la mentira... Entró en la taberna un pirata de feroz aspecto. Lucía una gran barba roja, un parche le cubría un ojo, caminaba apoyándose en una pata de palo, y en vez de mano derecha tenía un agudo gancho de metal. Se dirigió al baño de la taberna. Pasó un rato. De pronto se escuchó un horrible ululato de dolor. Ante el espanto de todos los presentes salió del baño el pirata dando grandes saltos y dando lastimeros alaridos. "¿Qué le pasó, señor pirata?'' -le preguntó asustado el tabernero. "¡Ay, ay! -gimió el pirata-. ¡Apenas ayer me pusieron este gancho, y se me olvidó que lo traía!''... La muchacha pasó por su novio en su automóvil. El galán, ansioso de expresarle su más que ardiente amor, tan pronto subió al coche se lanzó sobre ella y empezó a hacerla objeto de las más atrevidas y ardorosas muestras de encendida pasión. Ella trató de apartarlo. Con vehemencia le decía una y otra vez: "¡Espera, Afrodisio, espera!''. "¿A qué? -respondió él acezando como verraco en rijo-. ¿A que nos pasemos al asiento de atrás?". "No, -dice ella-. A que bajen del coche mis papás''... Llegó un individuo a la farmacia, y pidió en alta voz: "Me da un condón". "Oiga -le llama la atención en voz baja el farmacéutico-. Están aquí dos señoras". "Ah -replica el otro bajando también la voz-. Entonces me da tres condones"... FIN.