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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

A doña Jodoncia le extirparon un tumor benigno. Lástima, pues con eso le quitaron lo único benigno que tenía. Doña Jodoncia es, en efecto, aspérrima mujer. Su lacerado esposo tiene ya ganado el Cielo por la callada abnegación con que soporta los maltratos de su ferina cónyuge. Nada menos el otro día le ordenó que regara el jardín. "Pero, mujer -se atrevió a protestar don Martiriano-. Está lloviendo a cántaros". "Pues ponte el impermeable" -decretó ella, inconmovible como el Peñón de Gibraltar. Ahora doña Jodoncia se la pasa hablando de su reciente operación, y lo hace como si la suya fuera la única que en el mundo se hubiese practicado. Hay un dicho que dice: "Enfermedades las mías; lo de la vecina es maña". Doña Jodoncia aplica ese decir a su intervención quirúrgica. Mutatis mutandis -cambiando lo que se deba cambiar-, los mexicanos somos en algo parecidos a doña Jodoncia. Nuestro país tiene problemas, eso es cierto, y graves. Agobiado por la pobreza, el desempleo y la inseguridad, México está pasando por una de las épocas más duras de su moderna historia. Eso ha hecho que muchos mexicanos hayan tenido que dejar su patria. (Antes se iban nada más los pobres; ahora los ricos también están saliendo. Si las cosas siguen como van, dentro de poco habrá en México solamente clase media). Debemos ver, sin embargo, el panorama universal -para eso recomiendo subirse en una silla-, pues así nos percataremos de que otras naciones, incluso las civilizadas, tienen también problemas serios. Eso no es gran consuelo, ciertamente, pero la observación será muy útil para darnos cuenta de que a pesar de todo no vivimos en el peor de los mundos posibles, y que no debemos renunciar a la esperanza. Vuelvo los ojos a mi alrededor -subido en otra silla-, y veo a millones de mexicanos entregados a su trabajo cotidiano, sin hacer daño a nadie, sino antes bien luchando por el bien de su familia aun en medio de las circunstancias más adversas. Reconozcamos los problemas que tenemos. Negarlos, si tal fuera posible, sería supina necedad. Pero no caigamos en los abismos del desánimo, el abatimiento y la desesperación. O caigamos, cuando mucho, en dos de esos tres abismos, pero no en todos, pues eso nos impediría trabajar juntos en la búsqueda de un mejor futuro para los que vienen. (Para los que ya se fueron, dicho sea con el mayor respeto, no tiene caso trabajar)... La señora le dice a la criadita: "Mary Thorn: creo que estás abusando de la confianza que he depositado en ti. Haces en mi casa cosas que no debes hacer". Así diciendo le mostró un condón, y le comunicó, severa: "Encontré esto en tu cama". Responde la muchacha: "No es mío. Es del señor"... El joven médico interrogaba a Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, acerca de sus antecedentes de salud. Le pregunta: "¿Ha sido encamada alguna vez?". "Ay, doctor -se ruboriza ella-. No creo que deba usted hacerme esa clase de preguntas íntimas"... A la caída de la tarde la rancherita iba por la autopista de alta velocidad en su carrito tirado por un caballo. Un oficial de tránsito la detuvo, y le dijo que era peligroso ir por la carretera en ese cochecito. "Además -le indicó-, no tiene luces traseras, y la rienda se enreda en los testículos de su caballo, lo cual le causa al equino un indebido sufrimiento. Por esta vez no la voy a multar; pero espero que atienda usted puntualmente mis indicaciones". Llegó la rancherita a su casa, y le contó a su esposo lo que le había sucedido: "El policía me dijo que no debo andar por la autopista en el carrito, y me ordenó ponerle luces traseras". "¿Y qué más?" -le preguntó el marido. Contesta la rancherita: "También me dijo algo que no entendí acerca del freno de emergencia"... FIN.

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