Rosilí, joven soltera, estaba enferma de gustos pasados. Quiero decir que estaba embarazada. Se topó con una amiga, y ésta se sorprendió al ver las evidentes señas de aquel próspero embarazo. Rosilí se apresuró a explicar su estado. "Mi novio se fue a estudiar un año en Canadá -relató en tono gemebundo-, y cometí el error de pedirle que me dejara algo para recordarlo"... Don Cornulio llegó a su casa y encontró a su mujer tendida en decúbito supino -o sea de espaldas- en el lecho conyugal, sin ropa, y respirando agitadamente sobre las revueltas sábanas. Aquello lo amoscó, pues la actitud de la señora, y la escena en general, daban lugar a toda suerte de sospechas. Creció aún más el recelo del marido cuando escuchó ruidos en un clóset. Lo abrió, y cuál no sería su sorpresa al ver en el interior a un hombrazo de raza negra, alto como watusi, color de ébano como bosquimano, de aspecto fiero como zulú, amenazante como hotentote, y membrudo como bantú o masai. Vio don Cornulio al negro y le dijo con tono de reclamo: "¿Qué hace usted aquí? ¡Éste es el clóset de blancos!... En el fondo del mar el buzo se halló de repente ante una lindísima sirena. Bien pronto, sin embargo, advirtió que nada podía hacer con ella. Le preguntó, decepcionado: "¿Por qué tienes juntas las piernas?". Contestó la sirena: "Es que conozco a los hombres, y estoy muy escamada". (Recordé a aquella señora, seguramente muy escamada también, que aconsejaba a sus hermosas hijas administrar bien sus encantos, y mantener en prudente ayuno a sus galanes. "¿Quién va a querer comprar la vaca -les decía-, si ésta les da la leche, el queso, la crema y la mantequilla gratis?")... Afrodisio, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, invitó en una fiesta a una muchacha a ir con él a su departamento. "¡Oiga! -protestó la chica con enfado-. ¡Usted pretende ir demasiado lejos!". "De ninguna manera, linda -respondió el cachazudo seductor-. Mi departamento está aquí cerca"... La recién casada llamó por teléfono a la oficina de su flamante maridito, y le dijo con exultante tono de alegría: "¡Buenas noticias, Baldovino! ¡Ya vamos a ser tres en la casa!". "¡Alabado sea San Serenín del Bosque! -exclamó él lleno de regocijo. Hombre piadoso, en sus oraciones había pedido con devoción a ese santo español, patrono de los embarazos difíciles, que su esposa quedara pronto en estado de buena esperanza. (Al santuario de San Serenín, dicho sea entre paréntesis, envió Fernando Séptimo a su mujer, que tardaba en darle un heredero. Cuando la señora volvió del largo y fatigoso viaje en diligencia, el rey le preguntó con ansiedad: "¿Vienes embarazada?". "¡Vengo jodida!" -exclamó la soberana hecha una furia). Así, cuando a Baldovino le dijo su mujercita que pronto iban a ser tres en la casa, el joven esposo se sintió en el séptimo cielo de la felicidad. "¿Vas a tener bebé?" -le preguntó, extasiado. "No -replicó ella más jubilosa aún-. ¡Ya conseguí muchacha!"... Viene ahora un cuento que -me dicen- es de subidísimo color. Las personas con escrúpulos morales no deberían leerlo... Don Veterino, señor de 80 años, casó con Pomponona, frondosa dama célibe que debe haber andado en los 40. Cuando tiene esa edad, una mujer está en su plenitud. En ella alientan todos los ímpetus vitales, y más cuando -como era el caso de esta Pomponona- ha debido contener por largo tiempo las amorosas ansias que laten en todo ser humano, pues la vida nos llama a perpetuarla. Ésa es la más sagrada y suprema vocación. La noche de las nupcias la anhelante novia le dijo a su desposado: "¿No crees, Veterino, que te estás poniendo demasiado talco ahí?". "No es talco -respondió el añoso novio sin dejar de espolvorearse-. Es yeso. Y en seguida voy a ponerle agua"... (No le entendí)... FIN.