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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Cuatro señales hay que indican que un hombre ha llegado ya a la edad madura. La primera: se le olvidan los nombres. La segunda: se le olvidan las fechas. La tercera: se le olvida subirse el zipper. La cuarta, y más alarmante de todas: se le olvida bajarse el zipper. Yo estoy cómodamente instalado en esa edad dorada del olvido, que por extraña paradoja es también la edad dorada del recuerdo. Así, he olvidado la fecha exacta del acontecimiento que en seguida voy a relatar. Tengo presentes, sí, el mes y el año: agosto de 1957. Estudiante yo de la Universidad, me dirigía a pie hacia Mascarones, donde asistía a la cátedra dictada por don Luis Recaséns Siches. (Enrique Álvarez Félix era uno de mis compañeros). Al pasar frente al Hotel del Prado vi una multitud que se arremolinaba en las puertas de aquel lujoso hotel, entonces de gran moda. Pregunté qué hacía la gente ahí, y supe que habían llegado a la Ciudad de México los Niños Campeones de Monterrey, ganadores del gallardete en la Serie Mundial de las Ligas Pequeñas de Beisbol, en Williamsport, y todo mundo los quería ver. Al día siguiente leí en los diarios la crónica de su visita. "Los pequeños gigantes" habían tenido que salir del hotel por la calle de Revillagigedo, pues la avenida Juárez estaba colmada por aquella entusiasta muchedumbre. La caravana de autos que los llevaba al Parque del Seguro Social, donde recibirían el homenaje de los aficionados, desfiló entre vallas de gente que aplaudía con delirio. A la llegada al estadio un hombre joven llegó hasta los vehículos para felicitar a los chiquillos. Era el Ratón Macías, campeón mundial de box, a quien César Faz, manager del equipo, invitó a subir al coche. Luego, ante más de 15 mil fanáticos, Plutarco Elías Calles hijo entregó un reloj a cada uno de los 14 peloteritos, cuyos nombres fue diciendo Ángel Fernández en presencia de magnates como Alejo Peralta y Antonio Haro Oliva. La hazaña de aquellos niños hizo surgir en todo México un sentimiento de orgullo nacional, y dio al deporte mexicano una de sus mayores páginas de gloria. "Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice nella miseria". Ningún dolor mayor que recordar el tiempo feliz en la desgracia. Eso lo dijo Dante en su sombrío Infierno. La noble capital de Nuevo León sufre hoy muchas adversidades. La película "Juego perfecto", tan excelentemente realizada, revive la memoria de aquel momento espléndido, y da esperanza también de que la fortaleza de los regios, su voluntad de lucha, y la entereza con que han capeado otros más fuertes temporales, harán que Monterrey salga adelante y supere estas horas tan difíciles. Lo dice alguien que guarda permanente gratitud a los regiomontanos, y que por tanto quiere lo mejor para ellos y para su ciudad... Babalucas le comenta a un amigo: "Las medidas de mi novia son 90-60-90". "¡Fantástico!" -se admira el otro. "Sí -confirma Babalucas-. Y en la otra pierna igual"... El guía piel roja narró a los turistas la leyenda del Lago Chippenkawanna: "Un noble guerrero y una hermosa squaw se enamoraron. Ella vivía en la orilla sur del lago; él habitaba en la ribera norte. El único modo de llegar de uno a otro lado era nadando. Las aguas de este lago son extremadamente heladas: nadie puede sobrevivir en ellas más de unos minutos. Pero el noble guerrero se lanzó a nadar para ir a donde estaba la bellísima doncella y entregarle su enamorado corazón. No llegó lejos: la sangre se heló en sus venas, y pereció ahogado en las gélidas ondas traicioneras. Desde entonces este lago se llama Chippenkawanna". "¡Qué hermosa y qué romántica leyenda! -exclama emocionada una señora-. Y díganos: ¿qué significa ese nombre tan bello y tan sonoro?". Responde el guía: "Significa 'Lago del Indejo'"... FIN.

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