Llegó Afrodisio Pitongo a la oficina. Traía una minerva o cuello ortopédico de los que usan quienes han sufrido un accidente. Le pregunta un compañero: "¿Qué te sucedió?". Responde Pitongo: "Llegué a mi casa con manchas de lápiz labial en la camisa". "¡Qué barbaridad! -exclama el otro-. ¡Si yo llegara a mi casa en esas condiciones, mi mujer me retorcería el pescuezo!". Dice Afrodisio con sombrío acento: "De ahí vengo"... La señora llamó a su esposo por teléfono al trabajo: "Te tengo dos noticias, una buena y una mala". "Ahora estoy muy ocupado -contesta él-. Dame solamente la buena noticia". Le dice la señora: "Las bolsas de aire de tu coche nuevo funcionan muy bien"... Dos vendedores de mueblería cambiaban impresiones en el bar. Dice uno en voz demasiado alta: "Si este mes no vendo algunos muebles voy a perder hasta las éstas". "¡Shhh! -le impone silencio el otro-. Hay una dama presente". "No soy dama -precisa la aludida-. Soy chica del talón. Y estoy en el mismo caso del señor, pero al revés: si este mes no vendo las éstas voy a perder hasta los muebles"... En la panadería le pide la señora al encargado: "Me da un pan de caja. Y si tiene huevos, una docena". La desconcertada señora salió de la panadería cargando 13 panes de caja. (No le entendí)... La discriminación es una de las más feas telarañas de cuantas se han ido formando en los desvanes del corazón humano. (Un momentito, por favor. Voy a anotar eso de "Los desvanes del corazón humano", pues quizá pueda usar la frase como título para una próxima novela). En tratándose de la discriminación racial la gente actúa de manera extraña. Cuando fui estudiante en una universidad norteamericana, uno de mis compañeros provenía de cierto país de África. Al lucir en las fiestas el atuendo de su tribu parecía un príncipe de ébano. (Otro momentito, por favor. Voy a anotar también eso de "El príncipe de ébano", para título de una segunda novela). Y sucedía que chicas estadounidenses de raza blanca, sureñas algunas de ellas, que miraban con desprecio a los afroamericanos, y ni siquiera les dirigían la palabra, y se alejaban lo más posible de ellos en la cafetería, se pirraban por el príncipe de ébano, y tenían a honor hacerle obsequio de sus blanquísimos encantos. En mi ciudad las niñas de cierta condición trataban con insultante desdén a los muchachos de tez morena e hirsuta cabellera descendientes de los antiguos tlaxcaltecas. Los llamaban "tecos", "mecos", y otros peyorativos nombres de denostación, y habrían preferido estar muertas y sepultadas -y ni siquiera en ese orden- en el viejo cementerio de Santiago antes que ser vistas en compañía de uno de ellos. Y sin embargo cuando llegaba al equipo de beisbol local un pelotero de color -así se designaba a los de raza negra-, ya fuera cubano o norteamericano, lo cortejaban con devota asiduidad, y las más afortunadas se lucían en la Alameda paseando de bracete con alguno de ellos. "Mí no comprende", como dijo el otro. Hablo de esto porque ahora resulta que hay brotes de discriminación entre algunos fubolistas mexicanos -muy pocos, por fortuna-, que a la mediocridad de su juego añaden una estúpida actitud hacia los jugadores "de color", y los insultan y motejan con injuriosos adjetivos. Intimo y conmino a esos tales a abandonar su torpe conducta. Si no lo hacen, quedan apercibidos de que sus nombres aparecerán aquí señalados con índice de fuego, para escarnio y vilipendio de las generaciones venideras. Ya lo saben... El psiquiatra le dice a su joven paciente varón: "Aunque no me lo ha dicho, me he percatado de que es usted muy dado a entregarse al onanismo o placer solitario. Le pido que ya no lo haga". "¿Por qué? -pregunta el joven, burlón-. ¿Voy a quedarme ciego? ¿Me saldrán pelos en la palma de la mano?". "Ni una cosa ni la otra -responde el analista-. Pero al hacer eso pone usted nerviosos a los demás pacientes que esperan en la antesala"... FIN.