A Madrid viajó Venancio. Se presentó en el consultorio de un afamado cirujano y le dijo de buenas a primeras: "Quiero me me haga la castración". Asombrose (sin acento) el facultativo al oír aquella demanda peregrina, y preguntó a su visitante por qué deseaba que se le practicara tan delicada operación. Contestó Venancio: "El doctor de mi pueblo dice que la necesito. Me explicó que si no me hago la castración puedo contraer ciertas enfermedades secretas. Confío en el criterio de mi médico, pues a más de ser doctor tiene botica, y es el campeón de bochas en toda la comarca". Replicó el cirujano madrileño: "Estimo en lo que valen las cualidades de mi ilustre colega; pero la operación que usted desea que se le practique trae consigo muchos efectos. Implica la sección del cordón espermático, que tiene tres arterias: la cremastérica, la deferente y la espermática. Conozco bien, y he usado en animales, los diversos procedimientos para la castración: mordaza, ligadura, a vuelta de pulgar, torsión, magullamiento, raspadura, etcétera. No obstante, creo mi obligación decirle que esa operación se emplea sólo como último recurso. Es verdad que algunos pueblos la usan todavía como castigo, o por venganza, y que en la antigüedad, como dice la Partida Séptima de Alfonso el Sabio, "los gentiles castraban a los mozos, porque les guardasen sus mujeres". También es cierto que hasta hace menos de un siglo la Iglesia Católica admitía, y aun propiciaba, la castración de varones de voz privilegiada, a fin de usarlos en sus coros, pues cantaban al mismo tiempo con dulzura de mujer y con potencia de hombre, y su canto era flexible, sinuoso, y hasta sensual. Diré de paso que tengo entre mis discos uno de Alejandro Moreschi (1858-1922), el célebre castrato de la Capilla Sixtina, que en su época gozó la misma fama que en la suya tuvieron otros célebres castrati: Magli, Guadagni, Velluti, Farinelli. Ese disco fue grabado a principios del siglo veinte. Debería usted oírlo, para que vea cómo le va a quedar la voz". Venancio se había dormido por la profusa disertación del médico, pero abrió los ojos y repitió, firme, su demanda: "Quiero que me haga usted la castración". El facultativo, a quien no disgustaban los cuantiosos honorarios que percibiría por aquella intervención quirúrgica, accedió finalmente a practicar la castradura, aunque sabía bien que no era necesaria. Terminada la operación volvió en sí Venancio de la anestesia, y vio en la camilla de al lado a otro hombre, también vendado, como él, de la entrepierna. Le preguntó: "¿Qué te hicieron a ti?". Responde el otro: "La circuncisión". "¡Coño! -exclama Venancio desolado-. ¡Ésa era la palabreja!". Perdida tenemos los mexicanos la tranquilidad. La vida en muchas ciudades se ha vuelto peligrosa aventura cotidiana. Oímos ahora decir "Paz", un bien que tenemos ya olvidado, y exclamamos al modo de Venancio, y con igual desolación: "¡Ésa era la palabreja!"... Decía una mujer: "Mi marido se ha vuelto loco: cree que soy un perro". "¿De veras? -se sorprende alguien. "Sí -confirma la señora-. Quiere que le sea fiel"... El niñito le informa a su mamá: "El casero viene a cobrar el alquiler del departamento. ¿Tienes dinero para pagarle, o debo ir al parque a jugar un rato?"... El reverendo Rocko Fages le hizo una salaz proposición a la pianista de la iglesia. Respondió la hermana: "Si hacemos eso violaremos un mandamiento de la ley de Dios". "¿Y qué? -argumenta el lúbrico pastor-. Todavía nos quedarían otros nueve"... Le dice un tipo a su amigo: "Una excitante forma de hacerle el amor a tu mujer es la que se llama 'Rodeo'". Pregunta el amigo, interesado: "¿Cómo es eso?". Explica el tipo: "En el momento del sexo le dices a tu esposa al oído: 'Mi secretaria lo hace mejor que tú'. Y luego tratas de mantenerte arriba 8 segundos"... FIN.
