El adolescente, curioso, le pregunta a su papá: "¿Qué le dices a mi mamá cuando hacen el amor?". "Bueno -se desconcierta el señor-. Le digo cosas como: 'Mi amor', 'Mi vida'...". Vuelve a preguntar el muchachillo: "Y ella ¿qué dice en esos momentos?". Responde el padre: "Ella dice cosas como: 'Azul claro. El techo se vería bien pintado en azul claro'"... En el restorán, frente a su esposa, el maduro señor dirigía miradas de galán a las damas de la mesa vecina. Le dice su mujer con amoroso tono: "¿Alguna vez te han dicho que eres el hombre más guapo, más sexy y más irresistible del mundo?". Él, halagado, contesta: "No; nadie me ha dicho eso". Profiere muy enojada la señora: "¿Y entonces por qué actúas como si lo fueras?"... Muertas y sepultadas están ahora las ideologías. Los principios llegaron a su fin. Eso explica fenómenos que hace apenas un año ni siquiera habríamos imaginado, como esas esperpénticas alianzas entre el PAN y el PRD. No parece que sus acuerdos habrán de prosperar, según se ha visto, pues disgustan a las bases de los dos partidos, y son creación sólo de sus cúpulas. Sin embargo no debemos descartar -en política nada se debe descartar- que esa alianza la traben también los dirigentes perredistas y panistas en la próxima elección presidencial, para tratar de impedir juntos que el PRI vuelva al poder. Desde luego ninguno de los candidatos que tiene el PRD, y ninguno de los que el PAN no tiene, servirían a ese propósito. La que antes era derecha, y la que alguna vez fue izquierda, buscarían entonces una figura que pudiera satisfacer por igual a ambas corrientes; quizás algún ex rector de universidad; quizás algún ex consejero presidente de instituto electoral. Tómense mis cuatro lectores la molestia de guardar en el desván de su memoria esta cábala política, pues quizá las alianzas locales que el PAN y el PRD han hecho en algunos estados serán proemio, preludio, prolegómeno, preámbulo, prefación o prólogo a una mayor alianza, con la cual esos partidos intentarían lograr lo que por sí solos, y en las actuales circunstancias, no podrían conseguir: ser una oposición viable ante la nueva fuerza que ha cobrado el PRI... Don Astasio llegó a su casa y encontró a su esposa, doña Facilisa, en ilícita refocilación con un desconocido. Desconocido para don Astasio, claro, pues la señora mostraba tener conocimiento previo del sujeto: en el deliquio pasional lo llamaba, entre otras cosas, "mi muñecote de sololoy". Esa palabra, "sololoy", casi no se usa ya. Es una deformación de "celuloid", material de que estaban hechos algunos juguetes infantiles. Tras de colgar en el perchero su saco, su bufanda y su sombrero, fue don Astasio al chifonier donde guardaba una libreta en la cual solía anotar pesados adjetivos para decirlos a su mujer en tales ocasiones. Volvió a la alcoba y le enrostró a la pecatriz este dicterio: "¡Lambetona!". Ella se molestó bastante, pues era adúltera, pero conservadora, y tal acción no figuraba en sus costumbres amatorias. Le pidió a su acompañante que la esperara un momentito, y luego, con tono solemne, le preguntó al esposo: "¿Me has visto alguna vez haciendo lo que sugiere ese vocablo?". Vaciló don Astasio. Aunque en numerosas ocasiones -una vez cada tercer día, quizás- había sorprendido a su mujer en coición extraconyugal, lo cierto es que sus procederes se ajustaban siempre a lo ortodoxo. Rara vez se salía de la tradicional posición del misionero. "Perdona, mujer -balbuceó lleno de azoro-. Creo que en esta ocasión me excedí un poco". "Mucho, Astasio; mucho -replicó doña Facilisa con severidad-. Espero que en futuras ocasiones demuestres más cordura". Don Astasio, contrito, salió de la recámara. Ella se volvió nuevamente hacia el muñeco de sololoy, y siguió en sus eróticos meneos. Eróticos, sí, pero conservadores y ortodoxos... FIN.
