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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Por muchos años que me toque vivir -y ya he vivido muchos- no acabaré de entender a este mundo. La mitad de su población tiene hambre, y la otra mitad está obesa. Y se le está dando más atención al problema de la obesidad que al de la pobreza. En nuestro país, por ejemplo, se acaba de prohibir la venta de alimentos "chatarra" en las escuelas. Eso quiere decir que los niños los pondrán consumir únicamente en sus casas. La verdad, con tantos ingredientes químicos que muchos alimentos animales y vegetales contienen, gran parte de lo que consumimos es ya de por sí comida "chatarra". Un cierto amigo mío gusta de comer hígado encebollado. Lo considera manjar deleitosísimo, propio para ser ofrecido al mismísimo Brillat. Le han dicho, sin embargo, que todos los añadidos farmacéuticos que les dan a las reses para que engorden pronto y rindan más, se van al hígado del animal, y entonces mi amigo ya no come esa parte de la vaca si no ha conocido a la res desde su más temprana edad, y se la han presentado formalmente, y la ha visto crecer al paso de los años, y ha salido con ella varias veces, y sabe que ha comido sólo alimentos naturales. Y es que la obesidad, no cabe duda, presenta inconvenientes. Los kilos de más tienen la mala costumbre de concentrarse todos en una sola parte: el abdomen, en los hombres; y en las mujeres las pompas. Yo, por decir algo, soy comilón impenitente. Practico la gula con asiduidad, pues sé que es el último pecado de la carne que podré cometer. He cultivado así una lucida panza de canónigo, imposible de ocultar aun con esa piadosa prenda masculina que es la guayabera. Cuando mis amigos me hacen notar la prominencia de mi abdomen -para eso son los amigos-, yo les respondo que no es abdomen: es callo sexual. Las dietas se han vuelto parte de la vida diaria. Algunas, sin embargo, ofrecen desventajas. Un señor y su esposa, los dos de 80 años, murieron al mismo tiempo en un accidente de automóvil. Tenían 65 de casados, y habían gozado de cabal salud gracias a la dieta de avena que la señora imponía a su marido a mañana, tarde y noche. San Pedro los recibió en el Cielo, y los llevó al lugar que ocuparían: era una suite de lujo, con jacuzzi, alberca privada y cava con los mejores vinos. Luego el apóstol de las llaves condujo al señor campo de golf en que podría jugar sin pagar fee: el campo era más bueno aún que el de mayor calidad que había en la Tierra. Por último, en la casa-club, les mostró el buffet que cada día podrían disfrutar de gratis: no sólo había en él caviar, langostas y prime rib, sino también -¡qué maravilla!- enchiladas, tamales y pan de pulque de Saltillo. Al ver todos aquellos lujos que se le ofrecían, el señor prorrumpió en violentas maldiciones. "¿Qué te sucede? -se azoró San Pedro-. ¿No te gusta esto?". "¡Claro que me gusta! -profirió el señor hecho una furia-. ¡Y lo estaría disfrutando desde hace muchos años de no ser por la maldita dieta de avena que me impuso esta desgraciada vieja!". Preocupado yo por el problema de la obesidad, he inventado un método para quemar calorías por medio de la actividad sexual. He aquí la tabla respectiva. Por quitarle la ropa a tu pareja. Con su consentimiento: 5 calorías; sin su consentimiento: 3,456. Por ponerte el preservativo. Con erección: 3 calorías; sin erección: 17,025. Posiciones. Del misionero: 11 calorías; otras: de 426 a 1,054; salto del tigre: 114,983. Orgasmo. Real: 227 calorías; simulado: 1,314. Después del orgasmo. Por quedarte dormido y roncar: 2 calorías; por abrazarla, decirle palabras de cariño, y escuchar su conversación: 858,990 calorías. Por volverte a vestir. En circunstancias normales: 18 calorías; con prisa por salir: 1,569 calorías; si su marido acaba de llegar: 1.874,226 calorías... FIN.

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