Doña Panoplia, dama de sociedad, asistió a misa en compañía de su fámula, una mujer de pueblo. Es imposible a veces contener las demandas de la naturaleza, y cuando el sacerdote empezó a decir su homilía doña Panoplia dejó escapar un sonoroso viento que se escuchó en toda la sacra soledad del templo. Interrumpió el sacerdote su predicación ante tamaña falta de sindéresis; voltearon los feligreses la vista y clavaron en la empingorotada pedorra una mirada de reconvención. A la salida doña Panoplia reprendió con acrimonia a su mucama. Le dijo: "¿Por qué no te echaste la culpa de lo que me pasó? Te hubieras levantado de la banca y hubieras salido de la iglesia; así la gente habría pensado que fuiste tú la que produjo esa incivil ventosidad". En silencio la sirvienta oyó aquel réspice, pero al siguiente día, cuando otra vez fue a misa con doña Panoplia, subió al presbiterio, y volviéndose a la feligresía dijo con humildad, pero con clara voz, estas palabras: "Querido señor cura. Damas y caballeros. Estimadas socias de la Congregación Paduana. Hermanas y hermanos de la Revelación Nocturna. Miembros de las diversas cofradías, agrupaciones, fraternidades y asociaciones de esta parroquia. Niñas y niños que van a hacer la Primera Comunión. Permítanme decirles que cuando ayer mi patrona se peyó, no fue ella: fui yo"... El barbero se dispuso a rasurar a aquel señor. Al esgrimir su formidable y afiladísima navaja continuó el relato de su vida, que había comenzado a narrar prolijamente mientras preparaba al señor para afeitarlo. Le contó: "Yo siempre quise ser cirujano, pero para eso se necesita tener buen pulso"... Rosilita, niña de tres años, le dice a una amiguita: "Me preocupa mi papá. Creo que ha perdido el sentido de la realidad. Por la noche me cuenta cuentos de caperucitas rojas y de lobos que hablan"... El encargado de levantar el censo interrogaba a un hombre. "¿Actividad". "Fabricante". "¿Hijos?". "No. Muebles"... El médico le indica al granjero, cuya esposa estaba enferma: "Los medicamentos que le voy a dar, estas píldoras y estos supositorios, deben administrarse en horas muy precisas". Le informa el granjero: "No tenemos reloj". "Bien -responde el facultativo-. Cuando cante el gallo dele la píldora, y cuando llegue el lechero póngale el supositorio". Al siguiente día el galeno le preguntó al sujeto si había cumplido sus instrucciones. "Sí, doctor -responde el individuo-. Batallé algo para que el gallo se tragara la píldora, pero de plano tuve que amarrar al lechero para ponerle el supositorio"... Un hombre llegó a una tienda de artículos esotéricos. "Perdone, señorita -le dice a la guapa dependienta-. ¿Hay algún amuleto para atraer a las mujeres?". "Sí -responde ella sin vacilar-. Son unos papeles pequeños, de diversos colores, que emite el Banco de México"... Doña Macalota llegó a su domicilio y sorprendió en la alcoba conyugal a su esposo, don Chinguetas, en trance de fornicación con la linda criadita de la casa. Sacó del lecho al lúbrico infidente y lo arrojó por la ventana del segundo piso. "¡Mano Poderosa! -exclamó con espanto la muchacha, que conservaba las jaculatorias aprendidas de su abuela-. ¿Por qué hizo usted eso, señora?". "Yo sé lo que hago -responde con toda calma doña Macalota-. Te necesito más a ti que a él"... Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión fue al cine a ver el celebrado filme "Krakatoa, al este de Java", y con su sola presencia hizo que en la pantalla se convirtiera en hielo la candente lava que salía del cráter del volcán. Estaba en una fiesta la gélida señora, y una invitada joven le confió un íntimo secreto: "Pienso divorciarme de mi esposo. Figúrese usted: me hace el amor dos veces en el año". "Yo también me divorciaría de él -declaró doña Frigidia, terminante-. ¿Quién aguanta a un maniático sexual así?"... FIN.
