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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

¡Cómo iba a imaginar el reverendo Rocko Fages que alguna vez incurriría en adulterio! Él, que en sus sermones amenazaba siempre con el infierno a quienes se revolcaban -uso sus palabras- en el fango de la pasión carnal: copuladores, abarraganados, libertinos, fornicarios. Efectivamente, el adulterio, a más de estar prohibido por la ley, es objetable desde el punto de vista de la moralidad. También provoca muchos sufrimientos. Aun así, hay quienes lo defienden. Alejandro Dumas, padre, solía decir que el matrimonio es una carga tan pesada que se necesitan dos para llevarla, y a veces tres. Benjamin Franklin escribió un curioso dístico, escasamente conocido, en el cual deja traslucir el temor del hombre a ser engañado por su esposa: "You cannot pluck roses without fear of thorns, / nor enjoy a fair wife without danger of horns". No puedes cortar rosas sin evitar el temor de espinarte, ni gozar de una bella esposa sin el peligro de los cuernos. En el confesionario el padre Arsilio le preguntó a una de sus feligresas: "¿Le eres fiel a tu marido?". Respondió ella muy orgullosa: "Frecuentemente, padre". Por eso los romanos, que tenían tanto sentido de la realidad, cuando volvían a Roma después de un largo viaje enviaban por delante a un emisario para que le avisara a su mujer que estaba por llegar, a fin de no encontrar a la señora en situación comprometida. Lo mismo hacían los maquinistas de los ferrocarriles de antes: al regresar a casa, sobre todo en la madrugada, hacían sonar el silbato de su locomotora. De ese modo, si su esposa tenía un visitante, éste alcanzaba a salir sin apresuramientos. Así se evitaban muchas embarazosas situaciones. Eso, digo yo, es tener sabiduría de la vida. Pero veo que me estoy apartando del relato. El reverendo Rocko Fages, como dije, cayó en insana tentación de carne con la pianista de la iglesia, artista de mucho mérito si se considera que su abundantísimo tetamen le impedía ver el teclado del piano, y entonces debía tocar a ciegas la música de los himnos. Hay unos muy difíciles, como "Will there be any stars in my crown?" o "Revive us again", y aun así ella los interpretaba con maestría consumada. También Rubinstein o Horowitz tocaban muy bien el piano, hay que reconocerlo, pero ellos no tenían obstruida la visión como la hermana Milcaria, que así se llamaba la pianista. Atrás del piano la llevó el ministro Rocko, y haciéndola que se tendiera sobre el suelo en decúbito supino, quiero decir de espaldas, empezó a yogar con ella utilizando la posición del misionero. (Pensó el pastor que usar cualquier otra postura era contrario a la dignidad del recinto donde estaban). Muy concentrado estaba el predicador en aquel in and out cuando acertó a entrar en la iglesia un muchachillo. Lo vio Milcaria, y con apuro dijo a Rocko Fages: "¡Un niño, reverendo! ¡Un niño!". "Hermana -respondió el pastor sin perder el compás -tres por cuatro, valseadito- de sus eróticos meneos-. Niño o niña; lo que en su infinita sabiduría quiera enviarnos el Señor"... Ciertamente, niños y niñas son iguales en derechos. De sobra está afirmar que no debe existir ya esa actitud absurda que muchas veces coloca a las niñas en actitud de inferioridad ante los niños. Con frecuencia se les inculca a ellas desde que son pequeñas, a veces en forma inconsciente por sus mismos padres, la idea de que el varón es más fuerte, y la mujer más débil, y que por tanto él está para mandar, y ella para obedecer. Cosas son ésas de pasados tiempos, que en los actuales ya no se pueden permitir. Hagamos que nuestros hijos e hijas aprendan desde niños la noción de la igualdad entre ellos, y así evitaremos muchos de los abusos e injusticias que todavía en este tiempo sufre la mujer... FIN.

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