El juez le pregunta al médico que actuaba de perito judicial: "Como resultado de su examen ¿la demandante está embarazada?". "Sí está embarazada, señor juez -responde el facultativo-, pero no como resultado de mi examen"... El abogado defensor se dirige al jurado, integrado en su totalidad por hombres: "¿Tendrán ustedes corazón, señores, para condenar a mi cliente, esta hermosa y solitaria mujer cuyas medidas son 90-60-90, cuyo teléfono puedo yo proporcionarles, y que está dispuesta a atender amablemente en su departamento a todo aquél que haga algo en su favor?"... En sus "Tradiciones Peruanas" don Ricardo Palma recogió una linda copla que habla de las miradas que entre sí cambian los enamorados: "No me mires, que miran / que nos miramos. / Miremos la manera / de no mirarnos. / No nos miremos, / y cuando no nos miren / nos miraremos". En modo abrupto paso de los floridos campos del amor al árido terreno de la jurisprudencia, y digo que los encargados de impartir justicia no deberían mirar que son mirados. La Justicia ha de ser ciega, no sólo para emitir sus juicios sin distinción de personas, sino también para no ver que la están viendo, y así evitar que las miradas públicas influyan sobre sus determinaciones. Hablo de una declaración hecha por el ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, quien a propósito de la decisión que dictará ese máximo tribunal sobre el caso de la guardería ABC manifestó: "... Los ojos de toda la sociedad mexicana están puestos hoy en la expectativa de resolución de esta corte...". Yo pienso que los ojos de la Corte no deberían ver nada aparte del cumplimiento estricto de su responsabilidad. Desde luego no creo en la posibilidad de un Derecho químicamente puro, como el que postulaba Kelsen, ajeno a toda influencia derivada de los principios éticos o de los hechos sociales. Me inquieta, sin embargo, la posibilidad de que las presiones de la opinión pública, desconocedora de los principios que norman lo jurídico, y movida muchas veces por impulsos elementales de venganza, actúen sobre el criterio de los juzgadores, que deben atender sólo, por seguridad jurídica, a la ley. Ahora bien: la aplicación de ésta no consiste en el mero sometimiento a un silogismo racional. Debe considerar también lo razonable. Si en el caso de lo que en Hermosillo sucedió la Corte atribuye responsabilidad directa a los dos directores generales del IMSS, el actual y el anterior; al ex gobernador de Sonora y al ex alcalde de aquella ciudad, con el mismo criterio generalizador deberá inculpar también al Presidente de la República, que si bien no es directamente responsable de las miles de guarderías que hay en el país, sí es responsable de cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen, entre ellas las que miran a la seguridad de los establecimientos encargados de la guarda de menores. Conforme a la misma idea, si una secretaria tropieza en una baldosa mal puesta por un albañil en el piso de algún Tribunal Colegiado del país, y se rompe un brazo o una pierna, el susodicho ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación será responsable del accidente, por no cuidar los pisos y no mirar a las condiciones de seguridad en las dependencias a su digno cargo. Sería políticamente correcto, eso es muy cierto, que algunos altos funcionarios fueran declarados culpables de la dolorosa tragedia de Hermosillo. Eso es lo que está demandando la opinión pública. Pero se debe tener cuidado en esto, pues con frecuencia sucede que lo políticamente correcto es jurídicamente incorrecto, y falta a la razón o a la justicia. Por quedar bien con la pública opinión se puede violar la ley, y establecer peligrosos precedentes. Esto que digo no implica defensa alguna de personas. Implica, sí, defensa de principios permanentes que no deben ser vulnerados por las cambiantes circunstancias y coyunturas de la vida social... FIN.
