Hoy es día de futbol. El bien y el mal suspenderán por unas horas sus trabajos, y todos los mexicanos estaremos entregados al balón. Sin embargo, gane o pierda nuestra Selección, nada pasará; y pierda o gane nuestra Selección todo pasará. Abramos, pues, un espacio a la esperanza. Y abramos también un espacio al buen humor... La mañana era clara; radiante el sol; sin nube estaba el cielo. Nada había que hiciera presentir al joven Trickyprick, el preceptor de los hijos de sir Pansy, lo que ese día le iba a suceder. Se hallaba con los niños en el salón de estar, repasándoles por enésima vez la primera declinación latina, el rosa-rosae, cuando fue avisado por James, el mayordomo, de que el amo lo quería ver. Tembló el maestro al oír aquello: jamás veía a sir Pansy; apenas el día que lady Guinivere, su esposa, lo presentó con él en su primer día de trabajo, se dignó el alto lord hacerle un leve movimiento de cabeza, el mismo que hacía al toparse con el caballerango. ¿Por qué quería ahora hablar con él? Sintió un escalofrío. De seguro se había enterado de lo que había hecho, y lo iba a despedir. ¿Qué iba a ser de él si perdía aquella colocación tan ventajosa? ¿Cómo podría mantener a su anciana madre enferma, y a su hermana, que ninguna esperanza tenía de casarse por falta de dote, y también porque era más fea que un bacalao? Con vacilante paso se dirigió el preceptor al despacho donde milord atendía sus asuntos en el tiempo que le dejaban libre la cacería y el cuidado de sus vastas propiedades. Cuando se vio ante él le hizo una desmañada reverencia que no advirtió siquiera el señor, ocupado como estaba en firmar unos papeles. Alzó por fin la vista, y sin preámbulos le dijo: "He sabido que tuvo usted trato fornicario con Laurelee, la joven mucama de la casa, y que a consecuencia de tales escarceos ella quedó preñada". Avergonzado, bajó la cabeza Trickyprick. "Así es, señor -dijo con voz que casi no se oyó-. Mea culpa". "Y he sabido también -siguió sir Pansy-. que sostiene usted culpables relaciones de adulterio con Marguette, la esposa del cocinero francés". "Es cierto, milord -balbuceó el preceptor-. 'L'amour et la toux ne se peuvent éviter'. El amor y la tos no se pueden evitar". "No acaba ahí el asunto -continuó, ceñudo, el lord-. Me enteré de que los jueves, después de los rezos de la noche, y cuando todos duermen ya, penetra usted furtivamente en la alcoba de miss Loogan, el ama de llaves". "Tampoco lo negaré, señor -admitió el preceptor, que a cada acusación se hacía más pequeño en su bochorno-. 'The devil sits behind the cross'. El diablo está sentado tras la cruz. Perdone usted la cita". "Ésa se la podría perdonar -replicó sir Pansy con severidad-. Imperdonables son, empero, las que tiene usted en la pérgola de las estatuas con la signora Bracarotta, la rica amiga italiana de mi esposa". "Señor -acotó humildemente el preceptor-. 'Amor non mira linaggio, / nè fede, nè vassallaggio'. El amor no mira linaje, ni lealtad, ni vasallaje". "No más citas" -se impacientó lord Pansy. Se atrevió a preguntar el preceptor: "¿De cultura general, o con la signora Bracarotta?". "A los dos casos se aplica mi mandato" -respondió milord. Y prosiguió: "Lo peor de todo es esto: sé sin lugar a dudas que aprovecha usted mis salidas de la finca para refocilarse culpablemente con mi esposa". "Señor..." -empezó a decir Trickyprick agobiado por la vergüenza. "¡Basta! - con ruda voz le impuso silencio el alto lord-. Por propia confesión admite usted haber tenido relaciones eróticas con la mucama, la esposa del cocinero, el ama de llaves, la rica amiga italiana de mi mujer, y aun con mi esposa. ¿No es así?". "En efecto, señor -respondió, tembloroso, el preceptor-. Lo reconozco". Le dice entonces lord Pansy, dulcificando el tono de la voz: "Y para tu señor ¿no tienes nada?"... FIN.
