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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

La tragedia ocurrida en Tamaulipas puede hacer surgir dos tentaciones igualmente peligrosas: la tentación de la debilidad, y la del autoritarismo. En ninguna de las dos deben caer la sociedad y el Estado mexicanos. Ante la acción de la violencia las instituciones parecen hoy muy débiles, pero no se pueden entregar a otro poder que no sea el de la ley. Por eso es importante que la jornada electoral de Tamaulipas se lleve a cabo en el tiempo y la forma establecidos. La participación en ella de los ciudadanos, aun en condiciones tan adversas como las actuales, fortalecería la democracia y la civilidad; sería incluso una demostración de patriotismo. La otra tentación es la del autoritarismo. El Estado no ha de volverse represivo, pues eso equivaldría a responder con ilegalidad a la ilegalidad. Largo y penoso es el camino del derecho; apegarse al orden jurídico se antoja a veces idealismo ingenuo. Pero si se quiere que al final prevalezca el bien no se puede entrar en concilio con el mal, ni recurrir a la misma violencia que la violencia emplea. Peores tiempos, quizá, debemos esperar. El apego a la ley, a la institucionalidad, el uso recto de la fuerza del Estado, darán fruto, siquiera sea a la larga. Tarde o temprano, aunque parezca utópico, los mexicanos recobraremos la paz y la tranquilidad que nos han sido arrebatadas... Yo, lo confieso paladinamente, no he sido nunca lector devoto de la Biblia. Durante muchos años ese libro nos estuvo vedado a los católicos; leer la Biblia era algo que sólo hacían los protestantes. Quizá por eso los llamados "libros sagrados" me inspiran un cierto sentimiento de temor. Nadie podrá negar, empero, que en manos de fanáticos esos libros presentan aún más riesgos que la bomba atómica. Por su causa han muerto -y siguen muriendo- más seres humanos que aquéllos cuya vida ha sido truncada por la peste. En tal virtud me propongo firmemente no escribir jamás un libro sagrado. Admiro, sí, la profunda belleza que hay en algunos textos de la Biblia; los Salmos, por ejemplo; o el Eclesiastés; o Job; o el Cantar de los Cantares; o -para los cristianos- numerosos pasajes del Nuevo Testamento. Pero encuentro difícil seguir las enseñanzas bíblicas. Por mencionar un caso, se nos ordena amar a nuestro prójimo, aunque sea muy malo, y al mismo tiempo se nos prohíbe desear a su mujer, aunque esté muy buena. Así las cosas, no me explico por qué Casiodorito hizo lo que hizo. Era pobre; tenía madre viuda y dos hermanos ricos. La señora iba a cumplir 80 años, y los hijos adinerados quisieron festejarla en grande. Uno de ellos le compró una casa nueva; el otro le mandó un coche último modelo. Casiodorito, que no tenía dinero para un regalo caro, se consiguió un perico, y empleó largos meses en enseñarlo a recitar la Biblia de memoria, pues a su madre le gustaba mucho ese sagrado texto, pero ya no podía leer, pues tenía muy mala vista. Días y noches trabajó Casiodorito en la ímproba tarea de hacer que el cotorro se aprendiera la Biblia, pero al final vio coronados sus esfuerzos. Le decía al cotorro, por ejemplo: "Deuteronomio 23, 1", y de inmediato el loro declamaba con gran expresividad y sentimiento: "No entrará en la congregación de Jehová el que tenga magullados los testículos". Le envió, pues, Casiodorito aquel raro presente a su mamá, seguro de que el piadoso obsequio la complacería. Llegó el día del cumpleaños, y los tres hijos fueron a visitar a la señora. Se dirigió ella a sus dos hijos ricos: "No me agradaron sus regalos. La casa es demasiado grande para mí, y el coche no me sirve, pues no manejo ya". En seguida le dijo al hijo pobre: "Tu regalo sí me gustó, hijo. ¡Qué sabroso estaba el pollo que me enviaste!"... FIN.

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